martes, 22 de marzo de 2016

GUERRA Y ESTADO EN LA EDAD MEDIA. III

Es el mes de junio del año 793. Las primeras luces del amanecer permiten distinguir la silueta de la costa de Northumbria. Es una buena época del año para navegar por el Mar del Norte, el solsticio de verano se acerca. Cuando los primeros rayos del sol aún no calientan las pedregosas playas de la Isla Santa, una flota se aproxima a la costa, rompiendo las últimas brumas del amanecer.
A pocos metros de tierra firme, los remos se detienen y saltan por la borda de los primeros barcos un grupo de hombres; son los campeones, los más audaces. Tras ellos, llegan a tierra los capitanes de cada nave, rodeados por varias decenas de guerreros.
El desembarco has sido tan silencioso que desde el cercano monasterio de Lindisfarne nadie se ha percatado de lo que ocurría. Cuando algunos monjes se dan cuenta, los recién llegados ya se han agrupado en la playa. Se da la alarma, pero toda defensa es inútil; un primer grupo de guerreros llega a la periferia de los edificios del monasterio y comienza una matanza brutal; no se respeta la vida de personas ni animales; aquellos que suplican por su vida son capturados y conducidos a los barcos como esclavos; los tesoros y los objetos de culto que guardaban los monjes, les son arrebatados y amontonados para hacer el recuento del botín.

                  Ruinas del monasterio de Lindisfarne. Isla de Britania.







Cuando la noticia del feroz saqueo llegó a la comitiva del rey Carlomagno, todos lamentaron lo sucedido. Desde los tiempos de Pipino el Breve, los reyes de los francos se habían declarado fervientes cristianos y protectores de la Iglesia; por aquel año de 793, Carlomagno ya había fundado varios obispados y abadías en tierras donde antes solo había paganos. Sin embargo, todo quedó en eso. Los habitantes de las cuencas del Rin y del Mosa habían sufrido durante años los saqueos de los paganos, en unas ocasiones los frisones, en otras los sajones; la noticia del pillaje en Lindisfarne no era, por tanto, algo extraño o inusual. La lucha contra los sajones duró muchos años más, hasta 804, año en que arrasados sus campos y poblados, diezmada la población y deportadas comunidades enteras, se rindieron finalmente y se convirtieron al cristianismo.
De todos modos, la noticia del saqueo de Lindisfarne tenía gran importancia, porque se trataba de uno de los monasterios más importantes de la cristiandad occidental. Durante el Siglo VIII el cristianismo en Occidente fue una religión y una sociedad acosadas. Prácticamente todas las fronteras de la Europa Occidental cristiana fueron puntos conflictivos, sobre los que se cernía la amenaza de saqueadores e invasores. En el Sur, la presión ejercida por el islam fue terrible; los musulmanes practicaron la piratería en todo el Mediterráneo y conquistaron amplios territorios en las penínsulas Ibérica e Itálica. En el Este la amenaza provenía de los ávaros, pueblo de las llanuras de Asia Central que se había instalado en el Danubio Medio y saqueaba los territorios de bávaros y alamanes. En el Norte, las campañas contra los frisones y sajones duraron décadas; también hubo Carlomagno de emplearse contra los daneses, que habitaban el Norte de la Península de Jutlandia.
En general, los francos no distinguían demasiado entre sajones y daneses, pues les parecían gentes muy semejantes; de manera muy imprecisa, llamaban normandos, es decir, hombres del Norte, a todos los que habitaban al Norte de los sajones. En principio no establecían diferencias entre daneses, noruegos y suecos, aunque tenían cierto conocimiento de la Península de Escandinavia. Para los francos, los daneses se comportaban de forma semejante a los frisones y los sajones; eran piratas y saqueadores. Carlomagno, en su búsqueda de una estabilidad en las fronteras, luchó contra los daneses, e incluso creó una marca danesa, con el objetivo de mantener a raya a tan incómodos vecinos.
Sin duda los saqueadores de Lindisfarne fueron noruegos, procedentes de los fiordos de la costa Oeste de Escandinavia. A finales del Siglo VIII las penínsulas de Escandinavia y Jutlandia estaban divididas en pequeños reinos de escasa estabilidad. Los reyes pertenecían a la aristocracia guerrera que desde tiempo atrás había impuesto su autoridad sobre el resto de la población. Aquellos aristócratas debían su posición privilegiada a la capacidad de repartir beneficios y regalos entre los que le prestaban fidelidad; cuanta más riqueza distribuyese el noble, más fieles conseguía, aumentando su clientela. Los reyes participaban de estas características; un rey poderoso estaba obligado a repartir alimentos y riquezas entre su gente; si no lo hacía, surgían competidores entre la nobleza guerrera que le disputaban la corona. La forma más rápida y eficaz de repartir bienes entre sus fieles era dedicarse al pillaje, obtener victorias y ricos botines.
Carlomagno ya conocía como se comportaban aquellos nobles normandos cuando hubo de hacer la guerra a lo daneses; a duras penas consiguió contenerlos, pues a comienzos del Siglo IX los piratas de Jutlandia llevaron a cabo algunas incursiones en las costas próximas a las desembocaduras del Rin y el Mosa.

Principales poblamientos normandos.

La navegación fue un elemento muy importante en la expansión e incremento de las expediciones de pillaje de aquella nobleza necesitada de mantener su posición social. La herramienta que les proporcionó la posibilidad de desplazarse rápidamente en largas travesías fue un tipo de embarcación que recibía el nombre de drakkar, es decir, dragón. Con estas naves los escandinavos eran capaces de cruzar el Mar del Norte y el Báltico a una velocidad de 10 nudos a vela y a algo menos durante un corto tiempo a remo; podían remontar los ríos y penetrar en tierra muchos kilómetros adentro y navegar con seguridad en medio de la mar gruesa. Como ejemplo de aquellas embarcaciones tenemos la nave funeraria que fue encontrada bajo un túmulo en Oseberg, Noruega. Tenía 22 m de eslora y 5 m de manga, con 15 remos a cada lado y un mástil de 10 m de altura.

                   Barco de Oseberg.

Los drakkars eran barcos sin cubierta; si calculamos que la manga era de una media de 5 m y cada remero ocupaba un espacio de poco más de 1 m de ancho, en medio quedaba una especie de pasillo de 2,5 m aproximadamente; en este espacio era donde se colocaba el equipaje, las provisiones y las armas. Se practicaba el cabotaje si era posible, y cuando no lo era, la tripulación hacía noche en los huecos que quedaban entre los bancos de los remos o donde fuese posible; al raso, pues como hemos dicho no había cubierta. Desde la quilla a la regala las medidas no superaban los 2 m y el calado era más o menos de 1 m; esto permitía aquellos barcos aventurarse en aguas poco profundas y remontar los ríos sin temor a encallar; podían navegar en una profundidad de 2,5 metros con total seguridad.


Los reyes escandinavos tenían en tanto aprecio aquellos barcos que los usaban como cámara funeraria como en los casos de Oseberg y Gokstad. A menudo estas embarcaciones estaban espléndidamente decoradas con buenas tallas.

                                  Detalle del barco de Oseberg.

De los dos ejemplos que hemos nombrado, el barco de Gokstad es el de mayor tamaño, con 24 m de eslora; aquella nave podía alcanzar 12 nudos de velocidad y fue construido casi un siglo después que el de Oseberg.

                              Barco de Gokstad, Noruega.

Cuando vemos las armas que utilizaban aquellos piratas escandinavos, destaca entre ellas el hacha, que también es herramienta de campesinos, leñadores y marineros. No cabe duda de que aquellos guerreros tenían su origen en las aldeas y granjas de ganaderos y leñadores, gentes que se aventuraban al mar atraídos por las ganancias que les prometían los nobles y caudillos de su comunidad, siempre ávidos de prestigio y poder.
Aquellos marinos y leñadores se alistaban cada comienzo de primavera en las expediciones que organizaban reyes y nobles; de esta forma, a menudo los grupos de saqueadores eran heterogéneos, siendo fácil encontrar noruegos, daneses y suecos en una misma empresa.

                    Hacha ricamente decorada.

Como hemos dicho, los francos no distinguían bien entre daneses, noruegos y suecos; para ellos había un elemento que los identificaba a todos por igual: eran paganos. Efectivamente, los escandinavos del período carolingio aún no se habían convertido al cristianismo; poseían una serie de creencias semejantes a las de los sajones; ideas que habían evolucionado con el tiempo y en paralelo a la sociedad escandinava. Al aparecer una clase guerrera que vivía en buena parte del pillaje, el valor moral más elevado había sido ocupado por el éxito en la guerra y el uso de las armas. Para el hombre escandinavo la guerra era la actividad más elevada y morir en combate tenía como premio el acceso a un lugar lleno de satisfacciones en compañía de los dioses. Como es evidente, estas creencias chocaban frontalmente con la moral cristiana y todo su sistema de valores. Esta era la razón principal por la que el Estado carolingio sentía una especial aversión hacia los normandos. Los pipínidas, y Carlomagno en particular, habían supuesto un rayo de esperanza para el cristianismo en Occidente, amenazado y hostigado por un enjambre de enemigos; es más, la probabilidad de que el cristianismo se hubiese derrumbado en Europa Occidental fue muy alta, pero la estructura político-militar levantada por los pipínidas lo impidió. Una vez sometidos los sajones y ávaros, Carlomagno se resigno a mantener la guardia alta contra los normandos, evitar en lo posible la piratería y vigilar las fronteras.
Aunque los noruegos fueron célebres por el saqueo de la abadía de Lindisfarne, y en 794 por los pillajes de los monasterios de Jarrow y Monkwearmouth , los daneses tomaron inmediatamente el relevo, organizando flotas dedicadas a la piratería y el asalto de grandes monasterios repletos de reliquias y otros tesoros. Durante el Siglo IX, los daneses saquearon Britania  y las costas del país de los francos. Los británicos les comenzaron a llamar vikingos, palabra que es sinónimo de piratas.
Sorprende comprobar como todos los escandinavos muestran a partir del Siglo IX un comportamiento semejante; esto se debe sin duda a que en el fondo de dicho comportamiento se encuentra la necesidad de reyes y nobles de conseguir clientelas militares cada vez más amplias; para conseguirlas, buscan hombres allá donde se encuentren, sin reparar en fronteras ni territorios. Es evidente que desde este momento las relaciones y las comunicaciones entre todos los territorios escandinavos se intensifican, tendiendo a una homogeneización cultural y de estructuras sociales.

                          Losa con escritura rúnica, Suecia.

Si Carlomagno mantuvo a raya a los daneses, cuando murió, no pudo hacer lo mismo su hijo y sucesor Luis el Piadoso. Los daneses comenzaron sus asaltos en Galia desde 810, y a partir de 834 asolaron las costas de Frisia, Ruan y Amberes; después remontaron el Rin y saquearon todo aquel territorio.

                                    Yelmo vikingo.

Ya en tiempos de Carlomagno los daneses se habían percatado de que amplios territorios del Imperio Carolingio se encontraban bajo la administración directa de obispados y abadías. Esto ocurría porque aquel Estado no establecía diferencias entre la institución de la Iglesia y la administración imperial. De hecho, los obispos, abades y otros eclesiásticos actuaban como oficiales al servicio del emperador. A cambio de estos servicios y de proporcionar una legitimidad al EStado franco, Pipino el Breve y Carlomagno habían otorgado grandes beneficios a la Iglesia, en forma de tierras y exención de tributos. En general, las tierras de la Iglesia tenían una deficiente defensa, cuando no, ninguna. Para los escandinavos, asaltar las tierras de la Iglesia era una empresa sumamente fácil y provechosa, pues las abadías y sedes episcopales rebosaban de riquezas.

                              Corona carolingia.

No tardaron mucho tiempo los escandinavos en darse cuenta de que los territorios que no pertenecían a la Iglesia tampoco estaban adecuadamente defendidos. En principio porque el acoso a las fronteras en los últimos años de Carlomagno se había redoblado; los eslavos, procedentes de las llanuras que se extendían al Este del Vístula, presionaban sobre Sajonia. Los daneses aprovecharon esta circunstancia, sobre todo en tiempos de Luis el Piadoso, cuando el peligro en las fronteras aumentó. Además, la familia de los pipínidas se sumergió en un mar de luchas internas tras la muerte de Carlomagno en 814. Como correspondía a la tradición franca, Luis el Piadoso repartió su herencia entre sus hijos; el mayor, Lotario, coronado coemperador, tendría el núcleo del reino de los pipínidas, los territorios de los valles del Sena, del Rin y del Mosa; a Pipino le entregó Aquitania; y al menos, Luis el germánico, Baviera. Por otra parte, permitió a su sobrino Bernardo que se mantuviese en el trono de Italia, pero jurando obediencia a Lotario.
El primer conflicto lo provocó Bernardo, cuando se negó a subordinarse a Lotario, según había dispuesto Luis el Piadoso en 817. En respuesta a esta rebeldía, el emperador cegó a su sobrino, que murió dos días después. Si bien este acto de crueldad tuvo como objetivo la defensa de los intereses del primogénito y la conservación del patrimonio del la familia, sus consecuencias fueron nefastas, porque hizo germinar la semilla de la desconfianza entre los pipínidas.

                                              Luis el Piadoso.

 En 829, Luis el Piadoso concedió a Carlos, hijo de su tercera esposa, el territorio de Alamania. Esta vez quien se sublevó fue Lotario, primogénito y coemperador, pues el país de los alamanes le había correspondido a él en el primer reparto. Como consecuencia, estalló una violenta guerra civil entre los hermanos, que se prolongó hasta 831, año en que el emperador consiguió restaurar el orden.

                                                Lotario, emperador de los francos.

En 832 los hijos de Luis se sublevaron de nuevo, el emperador fue apresado y Lotario propuso que se cumpliese el primer reparto, a lo cual se negaron los demás, pues suponía la subordinación al primogénito. Esta nueva rebelión terminó en 835, año en que el emperador consiguió controlar de nuevo la situación.
En 836, mientras Luis el Piadoso intentaba establecer un nuevo reparto entre sus hijos que garantizase los derechos de Carlos, el menor, los daneses asaltaron Utrech y Amberes. Estas incursiones tuvieron una importancia fundamental, porque se produjeron en el mismo corazón del reino de los francos. Es evidente que los daneses aprovecharon la desprotección de aquel territorio, núcleo fundamental del reino, donde, además, se encontraba buena parte de la riqueza del imperio de los francos.

Rutas de los daneses.

En 837 los daneses remontaron el Rin con sus barcos y saquearon las ciudades y monasterios que fueron encontrando a su paso. Esto supone dos cosas; primero, que la desvertebración del imperio franco ya era intensa en aquel año; segundo, que las expediciones de los escandinavos habían alcanzado un alto grado de organización, que se recababa información previamente y se planificaban los asaltos de forma minuciosa. Entretenidos los pipínidas en sus luchas intestinas, formados diversos bandos que se enfrentaban a banderas desplegadas, a menudo los territorios quedaban sin administradores ni protección militar, situación que siempre era aprovechada por los daneses que actuaban con flotas coordinadas y utilizando una infantería que en aquel momento poseía una gran efectividad.

                                   Infantería escandinava.
 
Las armas del infante escandinavo eran, sin duda, eficaces en combate. Utilizaba un escudo redondo de madera de roble que a la misma vez era ligero y resistente. El arma ofensiva predilecta era el hacha, de la cual había muchos modelos; pero, en general, la tendencia fue a alargar el mango, llegando a alcanzar hasta 1,8 m. En un principio las hachas utilizadas fueron exactas a las herramientas del leñador; pero después, la hoja fue adelgazando, aligerando su peso y adoptando un filo muy fino. A la vez que el arma evolucionaba, los que la usaban, también lo hicieron. Si en los comienzos de la época vikinga los guerreros eran campesinos y marinos que anhelaban obtener prestigio y riquezas, más tarde el combatiente se fue desligando de las actividades productivas para dedicarse casi exclusivamente al oficio de la guerra, formando parte de la clientela militar de reyes y nobles. El guerrero cuidaba de sus armas como algo muy valioso y procuraba que fuesen útiles para su uso. Estos hombres dedicados exclusivamente a la guerra debían cuidar de no recibir heridas graves en combate, y por ello se extendió el uso de la cota de malla, objeto defensivo que permitía disminuir los daños.
En medio de este formidable peligro, Luis el Piadoso no dio un paso atrás en su deseo de proporcionar a el vástago de su última esposa una herencia igual o mejor que la de sus restantes hijos. En 837 coronó a Carlos rey de Alamania y Borgoña, y un años después, tras la muerte de Pipino, rey de Aquitania. Aquella gota hizo rebosar un vaso que ya estaba lleno desde hacía muchos años; Luis el Germánico y Pipino II de Aquitania se aliaron para vencer a su respectivo padre y abuelo. Mientras los daneses se hacían los amos de Frisia, los pipínidas se enfrentaban unos contra otros.


Sello de Luis el Germánico.


Finalmente, en 839, el emperador y Lotario llegaron a un acuerdo en la ciudad de Worms; éste último le apoyaría en su lucha con el resto de la familia a cambio de quedarse con las territorios más ricos del reino de los francos, las cuencas del Mosa y del Rin y el Norte de Italia. Para que Luis el Germánico aceptase el trato, se le entregaría Baviera en toda su integridad; a Carlos, el menor  se le reconocería como rey de Aquitania. El acuerdo calmó a todas las partes, pero a mediados de 840 murió Luis el Piadoso y el conflicto  entre los hermanos volvió a surgir de nuevo. Los enfrentamientos entre los herederos continuaron hasta que en 843 se reunieron en Verdún con la intención de llegar a un acuerdo sólido que diese satisfacción a las tres partes.
Por el Tratado de Verdún el antiguo Imperio Carolingio se fraccionaba en tres partes; la zona central le correspondería al primogénito, Lotario, quien además ostentaría el título de emperador de Occidente; la zona oriental le correspondería a Luis el Germánico; y la zona occidental le correspondería al menor, Carlos, apodado el Calvo.




Por aquel tiempo los escandinavos provocaban terror en los reinos de los tres hermanos; los condes, administradores de los territorios, a menudo debían organizar la defensa por sí solos, reclutando soldados como podían, o manteniendo clientelas armadas. Las ciudades y sedes episcopales se fortificaron con fosos y murallas. Por doquier los hombres libres se ponían al servicio de los poderosos, que eran los únicos que podían garantizarles una cierta seguridad.
En 845 los daneses remontaron el Sena en sus drakkars y llegaron a París, obteniendo de Carlos el Calvo el primer danegeld, tributo de 7000 libras de plata. No hay que entender este danegald como un tributo al uso, sino más bien como un rescate, a cambio de que los daneses se fueran por donde habían venido.
En 857 saquearon París, Evreux, Chartres y Bayeux y dominaron todo el curso del Loira desde Nantes a Orleans. En 860 los daneses construyeron campos fortificados en las orillas del Lys y del Escalda, y más tarde, en el Mosa; el valle de este último río fue saqueado hasta Lieja, y el valle del Rin lo fue hasta Estrasburgo.

                       Empuñadura de una espada vikinga.

Cuando los jefes vikingos saquearon todo el Norte del antiguo Imperio Carolingio, vieron más provechoso explotar a las poblaciones en lugar de obligarlas a huir de sus ciudades y monasterios. De esta forma, el danegeld se hizo más frecuente y pasó a parecerse más a un auténtico tributo. Entonces, las bases fortificadas en las desembocaduras de los ríos se transformaron en centros de colonización y de tráfico de mercancías. Estos asentamientos militares y mercantiles acabaron convirtiéndose en Estados organizados con el paso del tiempo; a comienzos del Siglo X se habían consolidado varios Estados; uno en la desembocadura del Weser, otro en la del Rin, otro en Ruán y otro en Nantes.Por otra parte, los daneses habían creado otros tres reinos en la isla de Britania; uno en York, otro en Anglia Oriental y otro formado por los condados de Lincoln, Leicester, Nottingham, Stamford y Derby. Los daneses hicieron todo lo posible por hacer duraderos a estos Estados y alcanzar la integración con la población autóctona; para conseguirlo, olvidaron sus antiguos dioses y se convirtieron al cristianismo de forma sincera; aún así, aquellos Estados normandos carecían de la solidez necesaria, como ocurría con tantos otros de la época y fueron desapareciendo con el tiempo; el único que consiguió mantenerse fue el de Ruán, gracias a una inteligente política de pactos con el rey de Francia.
En 843, por el Tratado de Verdún, desapareció el Estado que los pipínidas habían construido durante un siglo; el instrumento para conseguirlo había sido la guerra, pero también la ambición; sin tomarse un descanso aquellos descendientes de Pipino de Landen combatieron a todo aquel que se oponía a sus proyectos; incluso cuando la obra estuvo rematada, en el año 800, fecha de la restauración del Imperio de Occidente, las guerras continuaron por doquier, en todas las fronteras; Carlomagno no conoció ni un solo día de paz en toda su vida. Pocos años después de la restauración del imperio, el reino dce los francos se debatía en las luchas intestinas, padre contra hijo, hermano contra hermano; los normandos no hicieron otra cosa que aprovechar la ocasión.
A mediados del Siglo IX los últimos reflejos del Imperio Carolingio habían desaparecido entre el oleaje de la Historia; en su lugar habían aparecido dos nuevas entidades políticas, Francia Occidental y Francia Oriental, núcleos de los que, pasando el tiempo, surgirían Francia y Alemania respectivamente. 










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