viernes, 30 de diciembre de 2016

MONOTEÍSMO. IV. Roma contra Judea, Judea contra Roma.

Cuando en el año 63 a. C. Pompeyo asaltó el Templo de Jerusalén, el partido macabeo quedó muy maltrecho y sin cabecillas. Sin embargo, Pompeyo no actuó con extrema crueldad; respetó la vida de Aristóbulo II y su familia, y tras la matanza de más de 12.000 macabeos en la batalla y la represión siguiente, intentó aplacar los ánimos mostrando respeto hacia las creencias y costumbres de los judíos. En su interior pensaba que éstos se comportarían como los otros pueblos sometidos; creía que un poco de mano dura al principio y algo de benevolencia después bastarían para que el país aceptase el dominio de Roma. Pero se equivocaba.
Si bien el partido macabeo había sufrido durísimos golpes, estaba lejos de haber sido aniquilado y se mantenía firme en sus principios ideológicos. Poco después del desastre del 63 a. C. se organizaron guerrillas en las serranías de Judea y el mismo Aristóbulo II y su hijo Alejandro, escasamente vigilados, se unieron a los rebeldes liderándolos.
No obstante, aquellas guerrillas eran incapaces de enfrentarse eficazmente al ejército romano; Aristóbulo fue derrotado y llevado de nuevo a Roma como prisionero; sus partidarios hubieron de dispersarse y parecía que finalmente Judea acabaría sometiéndose.
El partido de los saduceos veía en la pacificación y sometimiento el escenario más favorable a sus intereses; por esta razón desde un principio estuvieron dispuestos a colaborar con los gobernadores que Roma enviaba a Judea. Pero la cosa acabó estropeándose cuando César, Pompeyo y Craso acordaron lo que vino a llamarse Primer Triunvirato, que no era más que un pacto entre tres magnates ávidos de poder. En el reparto Oriente le tocó a Craso y éste se dirigió a Siria con la intención de hacer la guerra a los partos. En el año 53 a. C., mientras Craso estaba de campaña contra los partos, Galilea se levantó en armas. El entusiasmo de los rebeldes fue enorme cuando recibieron la noticia de que Craso había muerto y su ejército aniquilado por los partos. La represión de los rebeldes fue encomendada a Casio, quien usó una mano durísima con los macabeos; 30.000 de ellos fueron vendidos como esclavos.
El 11 de enero del año 49 a. C. Cayo Julio César cruzó el río Rubicón y comenzó la Guerra Civil, en la que él y Pompeyo se disputaban el poder absoluto. En la guerra, César recibe la ayuda de Antípater, gobernador de Idumea en tiempos de Aristóbulo II, protector de Hircano II y aliado del rey nabateo Aretas (MONOTEÍSMO. III. El reino de los cielos.).
César se mostró agradecido. Al mismo tiempo que confirmó a Hircano en su cargo de sumo sacerdote, otorgó a Antípater la ciudadanía romana y le nombró procurador de Judea.

                                             Cayo Julio César.

Aunque César llevó a cabo una política indulgente en Judea, los macabeos volvieron a organizarse en guerrillas en las sierras, acaudillados por un nuevo líder: Ezequías. Contra él envió Antípater a su hijo, Herodes. Las guerrillas se concentraban nuevo en Galilea, y Herodes actuó eficazmente contra ellas; tras una rápida campaña, captura y ejecuta a Ezequías. Como premio por esta victoria el Gobernador romano de Siria entregó a Herodes el gobierno de las llanuras del Líbano.
En 44 a. C. César fue asesinado y estalló una nueva guerra civil, tras la cual vino otra entre Octavio y Marco Antonio. En todas estas ocasiones Herodes demostró gran habilidad, y siempre sacó provecho de ello, incluso cuando se equivocó al tomar partido. Tras la muerte de su padre, Antípater, en 43 a. C., quedó como el único hombre de confianza para los romanos en Judea, fuesen de un bando o de otro.
Al sanedrín no le gustaba Herodes, pero al fin y al cabo era un hombre que favorecía los intereses de este consejo. A los saduceos solo les interesaba preservar sus privilegios y mantener el control de la situación a través de Hircano II, sumo sacerdote y descendiente de Matatías el asmoneo. Si tenían que compartir el poder con Herodes, lo harían, porque no tenían otra alternativa.
A los fariseos del sanedrín tampoco les gustaba Herodes, pero también entendían que no tenían otra opción que aceptarlo, sobre todo porque era el hombre de los romanos en la región. Con actitud teatral despreciaban los asuntos de la política, aparentando dedicarse únicamente a los asuntos de la ley deuteronomista, pero realmente se comportaban como un partido cohesionado que buscaba desplazar a los saduceos con el tiempo.
En el invierno del 41 al 42 a. C., Antígono Matatías, el último de los hijos de Aristóbulo II estableció una alianza con los partos y tomó Jerusalén. Lo primero que hizo el macabeo fue torturar a su tío Hircano II y entregárselo a los partos. Igual que su abuelo Judas Aristóbulo y su padre, Antígono se proclamó rey y sumo sacerdote a un mismo tiempo.
A la par de estos acontecimientos Herodes viajó a Roma y convenció a Octavio y Marco Antonio para que le nombrasen rey de Judea; en el otoño del 42 a. C. el senado le nombró rey de Judea y aliado de Roma.
Desde Italia regresó a Judea en el año 39 a. C. al mando de un ejército de mercenarios y entabló una guerra con Antígono Matatías que duró dos años. Herodes fue apoyado por los romanos y Antígono por los partos; la lucha fue durísima, pero en 37 a. C. Jerusalén se rindió y Antígono fue ejecutado por los romanos.

                                        Herodes el Grande.

Herodes, conocido como el Grande, tuvo un largo mandato que acabó en 4 a. C., año de su muerte. Encarnó una monarquía de tipo helenístico, fastuosa y sometida al poder de Roma. Dependió al principio de los triunviros, Octavio, Marco Antonio y Lépido; después, tras la última guerra civil de la República, dependió de Octavio, llamado Augusto, imperator. Tenía la consideración de aliado de Roma y estaba exento de pagar tributos. Sin embargo, en los asuntos internacionales carecía de autonomía y debía obedecer a Augusto; no podía declarar la guerra por su cuenta y era más bien una pieza del aparato romano en la frontera oriental. Su disponibilidad ante Augusto fue incondicional y le demostró continuamente su admiración y su respeto. En contrapartida, Roma apuntaló el poder de Herodes y le concedió los derechos de solicitar extradiciones y proponer a quien le sucediera.
Su objetivo principal fue aniquilar al partido macabeo, lo cual hizo sin contemplaciones. A los saduceos y los fariseos bastó con amenazarlos y vigilarlos estrechamente con eficacia policial. Mediante el destierro y otros castigos amedrentó al sanedrín y puso a sus pies a la antigua aristocracia sacerdotal de Jerusalén.
Para atraerse la buena voluntad del pueblo y de todos los monoteístas convencidos, reconstruyó y embelleció el Templo de Jerusalén; a este nuevo templo pertenece el actual muro de las lamentaciones.
Para aumentar su prestigio construyó un palacio real en Jerusalén y la fortaleza-mausoleo de Herodium. Además emprendió grandes obras de abastecimiento de aguas, comunicaciones e infraestructuras. No cabe duda de que durante el reinado de Herodes el Grande la riqueza de Judea aumentó y la calidad de vida de sus habitantes mejoró.


El reino de Herodes era grande y poseía abundantes recursos procedentes de la agricultura y el comercio. Las grandes rutas comerciales que unían el Océano Índico y el Mar Mediterráneo pasaban por la costa de Judea, y las que unían Egipto y Siria también.

Rutas del Índico-Mediterráneo.

Como hemos dicho anteriormente, Herodes consiguió destruir el partido macabeo; para asegurarse de la irreversibilidad de esta destrucción, asesinó a los miembros de la familia de los asmoneos que quedaban. Ahora bien, aunque las matanzas y persecuciones fueron grandes, muchos de los que compartían el ideario macabeo continuaron guardando en su interior todo aquello por lo que habían luchado durante tantos años. El recuerdo de los reyes macabeos no se perdió y se convirtió para el pueblo en el referente definitivo de la monarquía judaíta, de la unión del Templo y el palacio.
Pero fue inevitable que estos sentimientos se mezclaran con otros de desesperación ante el poder de Roma y la solidez de la monarquía de Herodes. Aunque los descendientes de Matatías, los asmoneos, seguían siendo para muchos la imagen del rey sacerdote, el hecho de que la familia estuviese prácticamente extinta y sus mejores seguidores muertos, convertía a la restauración de los asmoneos en un imposible.
El monoteísmo yahvista estaba roto en trozos que no encajaban. En el sanedrín se habían conformado con la situación, a la espera de una ocasión para recuperar parcelas de poder perdidas, mientras el pueblo veía surgir en su seno diversos movimientos que tenían su origen en el antiguo partido macabeo. El más importante de estos movimientos era el de los zelotas, nacionalistas que proponían la guerra como medio para liberarse de la tutela de Roma. Se organizaron tras la muerte de Herodes el Grande y se les puede considerar como herederos directos del partido macabeo. Sin embargo, los zelotas no tenían un programa tan sólido como los macabeos, pues carecían de una dinastía que vertebrase a Judea como reino. En este sentido se produjo el fenómeno de que muchos acudiesen al recuerdo de la dinastía davídica, desaparecida hacía siglos y olvidada consecuentemente por la aristocracia sacerdotal. De todas formas, el partido zelota no tenía la gran popularidad del partido macabeo y no eran pocos los que apreciaban las mejoras que había traído la prosperidad del reino de Herodes.
Por otra parte, el peso de las comunidades de la diáspora en el judaísmo había aumentado de forma impresionante. Había comunidades judías en Egipto, Mesopotamia, Siria, Anatolia, Grecia y Roma. La comunidad más próspera y culta era la de Alejandría de Egipto; otra de gran importancia era la de Antioquía. La comunidad de Roma aún no era muy populosa, pues los primeros judíos que se instalaron junto al Tíber lo hicieron en tiempos de Aristóbulo II. Todas estas comunidades entregaban ricos donativos al Templo de Jerusalén para regocijo del sanedrín y del partido saduceo. En general los saduceos veían más importante la expansión del judaísmo por el Mediterráneo y Oriente que la situación política de Judea y el resto de los territorios del reino de Herodes.

Templo de Herodes en Jerusalén.

Pero los verdaderos beneficiarios de la expansión de la diáspora fueron los fariseos. Ellos controlaban las sinagogas y tenían un excelente aparato de propaganda, pues entre ellos se encontraban los escribas y maestros de la ley; eran gente culta, perteneciente a las clases medias y acostumbrados a la oratoria y el análisis y comentario de los textos. Los fariseos aparentaban  vivir retirados de la vida pública y de la política, pero desde la diáspora y desde Jerusalén habían entablado una sorda lucha por el control del monoteísmo. Crearon un colegio de doctores que se consideraba a sí mismo como un sanedrín en la sombra; a la cabeza de esta organización se hallaban Shemaia y Abtalión, doctores ambos. Les sucedió Hillel, procedente de la diáspora de Babilonia. Con Hillel entró un nuevo espíritu en la vida religiosa; se convirtió en un propulsor y creó los fundamentos para una interpretación y aplicación más amplia y libre de las antiguas leyes.. Poseedor de dotes extraordinarias para la explicación de la ley, Hillel se convirtió en el creador de una doctrina elevada y sencilla al mismo tiempo, en la que anteponía a todas las demás enseñanzas la compasión y el rechazo del egoísmo.

                    Tumba de Hillel en el monte Merón.

Las doctrinas de Hillel tuvieron muchos seguidores durante los tiempos de Herodes el Grande, y en general había otros muchos que coincidían con él aunque no fuesen fariseos. Entre estos últimos estaban los esenios, secta judaica que tenía sus orígenes en los tiempos de Matatías, cuando se planteó una solución a la situación del monoteísmo bajo la dominación de los seléucidas. Los esenios, discrepando de los macabeos, propugnaron una vida ascética y retirada, basada en una visión de la ley desde la perspectiva del amor y la renuncia. La comunidad de los esenios no era homogénea, sino que se componía de muchas comunidades que mostraban pequeñas diferencias en cuanto al modo de vida. Una de las comunidades sobre la que tenemos más información era la de Qumran, a orillas del mar Muerto.
Todas estas tendencias escapistas tuvieron su auge durante el reinado de Herodes el Grande y respondían a un sentimiento de desesperación de los judíos, que acabaron resignándose a la nueva monarquía de Herodes y al sometimiento a Roma. En esta época comenzaron a proliferar en Judea, Samaria y Galilea una multitud de predicadores y profetas que consolaban al pueblo y prometían soluciones a los problemas sociales, políticos y religiosos. El fracaso de la monarquía de los asmoneos había dejado a los judíos en un callejón sin salida, con el proyecto de la teocracia desbaratado, y con una nueva monarquía tutelada por Roma que carecía de legitimidad ante muchos.
Las tendencias escapistas y la falta de esperanza encontraron un poco de luz en una idea antigua que había sido desechada por las élites monoteístas en tiempos de la cautividad de Babilonia. Esta idea se sustentaba en la creencia de la llegada de el mesías, enviado por YHWH para instaurar definitivamente el reino de Dios en Judá; reino teocrático bajo la ley deuteronomista.
La situación del monoteísmo de YHWH era muy comprometida al final del reinado de Herodes el Grande porque aunque éste había reconstruído de Templo de Jerusalén y había mostrado respeto a la ley deuteronomista, por otra parte se había comportado como un monarca helenístico y había fomentado el helenísmo en todos sus aspectos en su reino. Además, Roma se había convertido en el mayor difusor e impulsor de la cultura helenística, actuando como un crisol donde se mezclaban todos las ideas y creencias del Mediterráneo.
En el año 4 a. C. murió Herodes el Grande y Augusto vio conveniente dividir su reino entre sus herederos; Herodes Arquelao recibió Judea y Samaria, Herodes Antipas recibió Galilea y Perea, y Herodes Filipo obtuvo Batanea, Gaulanítide, Traconítide y Auranítide.




Sin duda Augusto desconfiaba de los hijos de Herodes y prefirió dividirlos y contentarlos a todos solo un poco. Pero se equivocó con Arquelao, pues resultó ser un tirano y un mal administrador. Como consecuencia, lo destronó en 6 d. C. y dejó a Judea y Samaria bajo la administración directa de un gobernador romano, formando parte de una nueva provincia denominada Judea.



                         Moneda de Herodes Arquelao.

Augusto moriría pocos años después, en 14 d. C., quedando el Imperio en manos de su yerno, Tiberio.
Los principales beneficiados por estos acontecimientos fueron los zelotas, que quedaron formalmente constituidos como movimiento político en tiempos de Arquelao y que sumaron apoyos cuando Augusto convirtió a Judea en provincia romana; de esta forma, las tesis de los zelotas se veían corroboradas; lo más importante, según ellos, era conseguir la independencia, después se podría reconstruir el Estado teocrático en el que un rey tuviese el poder político y el religioso a la misma vez.
Como podemos comprobar, las ideas de los zelotas eran muy semejantes a las del desaparecido partido macabeo; es pues evidente de que aquellos nacionalistas radicales eran herederos de los macabeos.
Sin embargo, tanto los zelotas como otros muchos judíos habían incorporado a su ideario la creencia del mesianismo. Desaparecida la casa de David y aniquilada la de los asmoneos, la única alternativa que quedaba era la creencia en la llegada del Mesías, rey enviado por YHWH para establecer el reino de los cielos en Judea definitivamente.
Los zelotas veían al Mesías como un jefe militar que reuniría en torno a sí a todo el pueblo de Israel y expulsaría a los romanos de la tierra de Israel. Los saduceos, que tras la cautividad de Babilonia habían tomado el poder religioso, no querían saber nada sobre las profecías mesiánicas, pues iban en contra de sus intereses. Por su parte, los fariseos estaban más interesados en el control de las sinagogas en Judea y en la diáspora; su afán estaba en el control de las conciencias sobre la base de una interpretación literal de las sagradas escrituras. Finalmente, las masas esperaban un cambio que mejorase su situación, y la creencia en la llegada de el Mesías les proporcionaba una esperanza en un escenario adverso en el que el poder de Roma era implacable.
Surgió entonces uno de los personajes que más influencia han tenido en la Historia de la humanidad: Jesús de Nazaret. No es mi intención exponer en este artículo datos o argumentos sobre la persona humana de Jesús de Nazaret, pero sí sobre los que se llaman a sí mismos sus seguidores. De él podemos decir poco sin temor a equivocarnos:

  1. Que fue judío de Galilea.
  2. Que predicó en Galilea y Judea.
  3. Que reunió a un grupo de seguidores sobre los que tuvo gran influencia.
  4. Que murió ejecutado por los romanos siendo gobernador de Judea Poncio Pilato.
Todo lo demás pertenece bien al campo de las conjeturas, bien al campo de las creencias, en el que vamos a entrar.
Por los escritos de sus seguidores sabemos que fue crucificado por ser acusado de autoproclamarse rey de los judíos. Para la justicia romana ésto era causa para aplicar la pena capital como se aplicaba a los que no eran ciudadanos romanos: la crucifixión. Sin embargo, sus seguidores siempre han dicho que quienes movieron los hilos para que se aplicase la pena de muerte fueron los saduceos y los fariseos, que sentían un fuerte odio hacia él. En los Evangelios hay abundantes referencias a los saduceos y a los fariseos; sobre todo a éstos últimos se les califica de hipócritas. No es por tanto arriesgado afirmar que el grupo de discípulos de Jesús tenía una de sus referencias ideológicas en la oposición a saduceos y fariseos. Podíamos pensar, por tanto, que Jesús y sus seguidores se encontraban más cerca de los zelotas. No obstante, de lo escrito en el Nuevo Testamento se desprende lo contrario; es decir, los seguidores del nazareno estaban muy alejados de los zelotas, sobre todo porque rechazaban absolutamente la violencia. Podríamos pensar que Jesús y los suyos eran muy próximos a las comunidades de esenios que proliferaban desde el Mar Muerto hasta el Mar de Galilea, pero lo cierto es que carecemos de pruebas de que hubiese vínculos directos entre ambos movimientos.



En general podemos decir que Jesús de Nazaret y sus seguidores practicaban un judaísmo orientado hacia la versión más humanitaria de la Ley y fuertemente influenciado por las creencias mesiánicas. En lo que respecta al humanitarismo, podemos decir que el nazareno y sus seguidores eran radicales; es decir, interpretaban la Ley Mosaica desde un punto de vista muy fraternal e igualitario; hasta tal punto que reducen toda la Ley a un solo mandamiento: ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo.
Tras la muerte de Jesús la cuestión principal de sus seguidores se centró en ese prójimo al que hacía referencia su resumen de la Ley. El asunto era si considerar prójimo solo a los judaítas o a toda la humanidad.
Privados de su maestro, los seguidores de Jesús quedaron al principio incapaces de reaccionar; algunos huyeron de Jerusalén por miedo a ser delatados y apresados. El sanedrín tenía a su servicio a muchos comisarios religiosos que controlaban las distintas comunidades monoteístas de Judea y la diáspora; en cualquier momento se podía producir una delación y Jerusalén era un lugar poco seguro. Los seguidores de Jesús que se habían quedado en la ciudad eran pocos, unos ciento veinte según Lucas (Hechos de los Apóstoles 1-15) y la mayor parte de ellos galileos (Hechos de los Apóstoles 1-11), lo que demuestra que el origen del cristianismo se encuentra en Galilea. El sanedrín no tuvo dificultades en controlarlos a todos, pero tuvo noticias de que en Damasco se había reunido una comunidad activa de seguidores del nazareno. El problema era que Damasco estaba fuera de la jurisdicción religiosa del sanedrín, pues se encontraba en Siria, y el consejo religioso no podía actuar directamente sobre la comunidad judía de aquella ciudad. La única solución era enviar a un comisario religioso a las sinagogas de Damasco para recabar información y organizar represalias que involucrasen a los fariseos y a las autoridades romanas. El elegido para esta misión fue Saúl, judío de la diáspora nacido en Tarso, Cilicia. Saúl era un hombre que tenía una excelente formación y que había sido captado desde muy joven por el sanedrín. Además de ser muy inteligente, tenía otra cualidad que le hacía muy valioso para el sanedrín: era ciudadano romano. Su padre había conseguido la ciudadanía romana y el ya había nacido ciudadano romano y había tomado el cognomen de Paulo, es decir, Pablo. El caso es que cuando Saúl llegó a Damasco en lugar de perseguir a los nazarenos lo que hizo fue unirse a ellos.

                                         San Pablo según El Greco.

La pregunta que debemos hacernos es: ¿Era Saúl de Tarso un judío partidario de la interpretación humanitaria de la Ley Mosaica antes de emprender la misión que le encomendó el sanedrín? Lo que sí es seguro es que conocía profundamente las escrituras y que era un hombre de una gran capacidad intelectual.
Desde mi punto de vista, Saúl, aunque al servicio del sanedrín, desde hacía mucho tiempo había hecho una lectura del Pentateuco próxima a la de los doctores que veían en la Ley una llamada a la justicia, la igualdad y la fraternidad entre los seres humanos. Así, entendió que la doctrina de Jesús de Nazaret era exactamente lo que él ya buscaba desde tiempo atrás.
Otros seguidores del nazareno no habían entendido ésto tan claramente. Todos creían en el advenimiento de el Mesías, pero había puntos de vista diferentes. Unos veían a el Mesías de manera semejante a los zelotas, como un líder militar que restauraría la monarquía en Judá; otros lo imaginaban como un rey sacerdote que instauraría el reino de los cielos, donde la Ley de YHWH estaría presente en todo momento; otros, al fin, veían a el Mesías, como el enviado de Dios que traería el fin de los tiempos; es decir, el apocalipsis.
Desde el comienzo Saúl de Tarso comprendió que la doctrina del nazareno solo podía consolidarse fuera de la influencia directa del sanedrín; es decir, en la diáspora. El problema era que las sinagogas de la diáspora estaban controladas por los fariseos y cualquier intento de introducir la doctrina de Jesús de Nazaret sería saboteado inmediatamente. La conclusión a la que llegó el que tiempo después sería conocido como San Pablo era que había que hacer prosélitos entre los politeístas, conocidos entre los judíos como gentiles. Pablo conocía perfectamente a los fariseos, pues habían sido sus maestros desde niño, pero también conocía a los politeístas, pues había nacido entre ellos, en Tarso, ciudad helenística. Conocía, ante todo, la civilización griega, sus creencias y sus corrientes de pensamiento.
El mundo politeísta mediterráneo sufría por aquel tiempo una crisis tan formidable que había supuesto que las masas comenzasen a abandonar sus religiones tradicionales para abrazar los cultos mistéricos. Estos cultos tenían como característica principal un fuerte sincretismo en el que el componente helénico era muy importante. En Egipto, en Siria, en Anatolia, e incluso en la propia Roma, los cultos mistéricos triunfaban a mediados del Siglo I d. C.

                       Adonis muerto, mito sirio y culto mistérico.

Todos estos cultos poseían las siguientes características:

  1. Suponían una revelación para el iniciado.
  2. Permitían un contacto directo con la divinidad.
  3. Ofrecían la vida más allá de la muerte.
  4. Se practicaban a través de un ritual de significado oculto para el profano.
Pablo de Tarso entendió que el esfuerzo consistía en propagar la doctrina de Jesús de Nazaret entre estas masas penetradas muy profundamente por los cultos mistéricos. Su objetivo fue llevar a cabo esta empresa en la Península de Anatolia, donde obtuvo un gran éxito. En poco tiempo surgieron varias comunidades de prosélitos que comenzaron a ser llamados cristianos, palabra de origen griego. Otras comunidades surgieron en Chipre y Grecia Continental; en pocos años surgió una comunidad en Roma y otra en Alejandría.

                   Iconografía cristiana en una tumba romana.

La expansión del cristianismo entre los políteístas tuvo un carácter transversal desde el punto de vista social; es decir, la nueva doctrina atrajo a gentes de todas las clases sociales, aunque no se puede negar que entre las clases más desfavorecidas tuvo un gran éxito debido a los planteamientos igualitarios y al concepto de fraternidad. En este proceso hubo que hacer múltiples concesiones, pues la mente politeísta tenía unas características muy concretas y había muchas ideas y costumbres que eran difíciles de olvidar. Sobre este asunto se ha escrito mucho y recomiendo al lector que investigue si es su deseo, dada la complejidad que encierra; por mi parte solo diré que este proceso de penetración en las masas politeístas supuso una transformación de la doctrina original de Jesús de Nazaret.
Por su parte, los fariseos desde las sinagogas hicieron todo lo posible para que aquella nueva especie de judaísmo no entrase en las conciencias de los judíos de la diáspora. No cabe duda de que algunos judíos de la diáspora se unieron a los cristianos, sobre todo aquellos que estaban muy helenizados, pero también los que esperaban impacientemente la llegada de el Mesías y la consumación de los tiempos. En general, los fariseos consiguieron mantener al grueso de las comunidades bajo su control y a finales del Siglo I d. C. judaísmo y cristianismo eran ya dos versiones diferentes del monoteísmo.
Pocos años después de la muerte de Jesús de Nazaret (hacia 30 d. C.), el gobernador Poncio Pilato fue destituído (36 d. C.) por el emperador Tiberio. Los siguientes prefectos que gobernaron la provincia de Judea desempeñaron el cargo cometiendo toda clase de injusticias y pensando solo en enriquecerse. Hay que tener en cuenta que desde que Herodes Arquelao fue destronado por Augusto, Judea se convirtió en provincia romana y, por tanto, quedó sometida a tributo. Estos tributos pesaban más gravemente sobre las clases medias y bajas, provocando un malestar que iría en aumento de manera progresiva.

                                 Moneda de bronce acuñada en Jerusalén en tiempos de Poncio Pilato.

En el año 37 d. C. Calígula sucedió a Tiberio. El nuevo emperador tuvo al principio una actitud benevolente respecto a los judíos y unificó los reinos de Herodes Antípas y Herodes Filipo bajo un solo rey, Herodes Agripa; pero después, comenzaron a surgir problemas como consecuencia de la obligación del culto imperial.
En 41 d. C. Claudio asumió el imperio tras el asesinato de Calígula y entregó la provincia de Judea a Herodes Agripa hasta el año 44, en que éste último murió; después, restauró la provincia y pasaron por ella diversos gobernadores muy corruptos e incapaces.
En 54 d. C. Nerón sucedió a Claudio y la situación en Judea continuó deteriorándose, hasta que en el año 66 estalló la revuelta siendo gobernador de la provincia Gesio Floro. La rebelión fue organizada por los zelotas y demás nacionalistas que esperaban restaurar la monarquía de Judá bajo el Mesías. Dirigiéndolos iba Eleazar, jefe de la guardia del Templo. Ya con ocasión del destronamiento de Herodes Arquelao los zelotas se habían rebelado capitaneados por Judas el Galileo, que fue considerado como un Mesías fallido. La rebelión del año 66 fue mucho más importante y se aprovechó del desgobierno de la administración romana en tiempos de Nerón. Eleazar se adueñó de Jerusalén, a pesar de la oposición del sumo sacerdote Matatías, nombrado por los romanos, cosa que venían haciendo desde 6 d. C.
A Eleazar se le unió Menahem, hijo del guerrillero nacionalista Judas el Galileo, al que hemos hecho referencia anteriormente. Los insurrectos consiguieron una serie de éxitos iniciales, pero las diferencias entre ellos provocaron enfrentamientos internos. Para reducirlos acudió Gestio Galo, legado de Siria, pero Jerusalén se resistió. Entonces, Nerón retiró a Galo y a Floro y entregó el mando a Vespasiano que derrotó a los rebeldes en Galilea, tras lo cual se retiraron al Sur, a Judea.
En 68 d. C. murió Nerón y cuatro emperadores se sucedieron en un año, Galba, Otón, Vitelio y finalmente Vespasiano. Este último, para poder enfrentarse a Vitelio y quedarse solo en el poder, encargó a su hijo Tito la misión de aplastar la revuelta de los judíos.
En el año 70 d. C. Tito se puso en marcha hacia Jerusalén. En la ciudad los fanáticos zelotas dirigidos por Juan de Giscala cometieron toda clase de crímenes hasta que asumió el mando Simón Bar Giora, zelota también pero algo menos radical que el anterior. La ciudad fue sitiada hasta que Tito consiguió romper las murallas; acto seguido el Templo fue incendiado y destruído, y Juan de Giscala y Simón Bar Giora fueron apresados y llevados a Roma para participar, junto a los objetos sagrados del Templo, en el triunfo que se celebró al año siguiente.

                           Arco de Tito, Roma.

Después del desastre de Jerusalén los sublevados tenían aún en su poder algunos reductos, el Herodium, Maqueronte y Masada. Lucilio Baso, nuevo gobernador de Judea, tomó las fortalezas de Herodium y Maqueronte; su sucesor en el cargo, Flavio Silva, asedió Masada, que resistió hasta que sus defensores se suicidaron en 74 d. C.
El Templo había sido destruido; el sanedrín estaba exiliado y sin autoridad; el partido saduceo había desaparecido; y se había impuesto el pago obligatorio de una tasa especial a todos los judíos (fiscus iudaicus). Solo quedaban los fariseos controlando las sinagogas.
A pesar de todo, los zelotas no habían desaparecido absolutamente. El golpe recibido había sido terrible, pero algunos de ellos huyeron hacia el Sur. Más allá de Beerseba cruzaron el desierto del Neguev y el reino de los nabateos; continuaron más al Sur y llegaron a la tierra de Madián; desde allí se extendieron por el Hejaz. Entre los nabateos y en el Hejaz ya vivían judíos desde tiempos de los reinos helenísticos; se trataba de comerciantes en su mayoría, que hacían la ruta que iba desde Yemen hasta Petra. No obstante, los zelotas que se establecieron en el Hejaz eran de una condición diferente; buscaban un refugio alejado de Roma, donde vivir según sus ideales de independencia, de un monoteísmo teocrático y radical. Convivieron con los beduinos y acabaron adoptando muchas costumbres de los habitantes de aquella tierra desértica.
En 135 d. C. llegó otro grupo de fugitivos como consecuencia de la denominada Segunda Guerra Judaica, que acabó con la destrucción de Jerusalén hasta los cimientos. Toda Judea quedó prácticamente deshabitada, porque los que escaparon a la muerte o la esclavitud se dirigieron al destierro. Algunos de estos fugitivos fueron a reunirse con los judíos del Hejaz; por lo cual, las comunidades de aquella tierra aumentaron su población.
Por otra parte, los habitantes del Hejaz se sintieron atraídos por el judaísmo; muchos comenzaron a practicarlo, sin encontrar impedimentos de ninguna clase. No es que se hiciese proselitismo de manera organizada y consciente, es que el politeísmo en aquella tierra, al igual que ocurriese en el Mediterráneo, iba quedando obsoleto entre las conciencias y el monoteísmo, mejor equipado argumentalmente, ocupaba su espacio sin dificultades.
A comienzos del Siglo VI puede decirse que casi todo el Hejaz estaba en manos de los judíos; su ciudad principal era Yatrib, centro cultural del judaísmo en aquella zona. En aquella tierra, un tanto alejada, los judíos practicaron su culto con la mirada dirigida hacia el Norte, hacia la ciudad santa de Jerusalén. Como hemos dicho, muchos politeístas abrazaron el monoteísmo, hasta tal punto que a finales del Siglo VI la comunidad judía del Hejaz era una de las más numerosas de la diáspora.