miércoles, 16 de noviembre de 2016

MONOTEÍSMO. III. El reino de los cielos.

Las buenas relaciones entre los seléucidas y los sacerdotes del Templo de Jerusalén se desbarataron con la aparición de Roma en el horizonte. En el verano el 201 a. C. llegaron al Senado embajadores de Rodas y Pérgamo solicitando ayuda contra la política agresiva de Filipo V de Macedonia. El Senado se vio obligado a tomar una decisión, y lo hizo, optó por hacer la guerra. Las causas de esta decisión fueron dos:

  1. Roma temía que en el Mediterráneo Oriental surgiese una gran potencia, bien porque se coaligasen Macedonia, Siria y Egipto, bien porque uno de estos tres sometiese al resto.
  2. Roma era consciente de que el gran comercio internacional tenía sus principales rutas y sus grandes mercados en Oriente; la riqueza de aquella zona era enorme en comparación con el Mediterráneo Occidental.
En el verano del 199 a. C. los romanos hicieron la guerra a Filipo V en los Balcanes. En 198 a. C. una nueva campaña obligó a Filipo a retirarse a Tesalia. Al año siguiente, todos los aliados el rey macedonio le habían abandonado y no tuvo otra salida que enfrentarse a los romanos en las colinas de Tesalia, donde fue completamente derrotado.
Tras esta batalla el Senado se apresuró a firmar la paz con Filipo, pues la guerra con Antíoco III de Siria era inminente. En el otoño del 196 a. C. el Senado envió una embajada a Antíoco con el pretexto de las quejas de algunas ciudades de Anatolia. Las deliberaciones se interrumpieron sin otro resultado que el alejamiento de las partes; ésta fue la primera fractura seria en las relaciones entre Antíoco y Roma.
En 192 a. C. la Liga de los Etolios,deseosa e sacudirse la tutela de Roma, convenció a Antíoco para que acaudillase una gran coalición militar y se enfrentase a los romanos en Grecia. El primer choque se produjo en Tesalia, e inmediatamente Antíoco se retiró a las Termópilas; allí, en abril del 191 a. C., los romanos le derrotaron, y el rey, con los restos de su ejército, se embarcó rumbo a Efeso.

                                          Antíoco III.

Pero, cuando el Senado cogía una presa, no la soltaba fácilmente. La flota romana se acercó a las costas asiáticas y Rodas, Pérgamo y las grandes islas se pusieron de su lado. A finales del verano del 191 a. C., las flotas aliadas de Roma y Pérgamo derrotaron frente a Quíos a la flota de Antíoco. En el 190 a. C. un ejército romano  dirigido por el cónsul Lucio Cornelio y asistido por Publio Cornelio Escipión cruzó a Asia desde Tracia. Entonces, Antíoco intentó cortar el aprovisionamiento del ejército romano controlando el mar Egeo; para ello, envió una flota desde la costa Siria, pero fue derrotada por los rodios cerca de las costas de Panfilia. Otra flota de Antíoco fue igualmente derrotada poco después, y sus restos se refugiaron en el puerto de Efeso.
Antíoco reunió un gran ejército de 70.000 soldados en Asia; aún así, intentó hacer un trato con los romanos, pero estos ya solo deseaban derrotarlo totalmente. La batalla tuvo lugar a comienzos del 189 a. C. en la llanura al Este de Magnesia. Los romanos, a pesar de su inferioridad numérica, obtuvieron una victoria inaudita; Antíoco perdió más de 50.000 hombres, los romanos poco más de 300.
Después de la tremenda derrota, Antíoco aceptó todas las condiciones de los romanos; fue obligado a renunciar a todas sus posesiones europeas y del Asia Menor, a pagar 15.000 talentos en 12 años, a no tener elefantes ni tampoco más de 10 naves de guerra.
La monarquía de los seléucidas no pudo recuperarse nunca más del golpe recibido. Las finanzas quedaron gravadas por el enorme tributo y la noticia de la derrota provocó una serie de rebeliones que significaron la pérdida de las provincias orientales. El mismo Antíoco murió luchando contra los rebeldes un año después, en 187 a. C.
Subió al trono de Siria Seleuco IV Filopátor, quien agobiado por las deudas, aumentó los tributos en todo el reino. En Judea esta presión recaudatoria tuvo como consecuencia el descontento de campesinos, comerciantes y artesanos. La situación evolucionó rápidamente cuando Seleuco murió asesinado en 175 a. C. Le sucedió su hermano, Antíoco IV Epífanes, quien llevó a cabo un cambio radical en la política seguida en Judea, ya que lejos de respetar las peculiaridades de aquel país, intentó por todos los medios, incluso los violentos, someter a los judíos a los modos de vida griegos. El nuevo rey decretó la prohibición de las prácticas judaicas, la circuncisión y los sacrificios, y erigió un altar a Zeus en el Templo de Jerusalén.
En Judea se formó un partido helenizante y los judíos quedaron escindidos en posturas enfrentadas entre sí. El descontento de amplios sectores y los atrevimientos de Antíoco IV, tales como el expolio del Templo y el degüello de una multitud desprevenida, encendieron la mecha de la rebelión.
                           Monedas de Antíoco IV Epífanes.

Fue en el campo donde surgió la rebelión. Entre los judíos que profesaban un monoteísmo radical había muchos pequeños y medianos campesinos, gentes de las pequeños poblados de Judea y artesanos que vivían de su trabajo. La rebelión estalló cuando uno de estos hombres procedentes del ámbito rural, el sacerdote Matatías, fue solicitado por los funcionarios de Antíoco para que sacrificase a los dioses griegos, a lo cual se negó. Cuando uno de los judíos que allí se encontraban se ofreció a realizar el sacrificio, Matatías lo mató, y después también mató al funcionario del rey que presenciaba el rito. Matatías y sus hijos huyeron a las sierras de Judea, donde se les unieron otros muchos que sentían un fuerte rechazo hacia la monarquía seléucida.
Matatías es un modelo histórico; se trata de un hombre en el que se identifican la pertenencia un pueblo y la pertenencia a unas ideas religiosas; es decir, para Matatías ser judío era pertenecer al pueblo de Judá y profesar el judaísmo, siendo ambas cosas lo mismo. La figura de Matatías es la figura que representa el concepto de judío durante los siglos siguientes hasta hoy; la nación y la religión son una misma cosa.
Los sacerdotes de Jerusalén no vieron con demasiado entusiasmo la rebelión de Matatías, pero hubieron de aceptarla como un hecho incuestionable. Ellos eran unos privilegiados, pero Matatías había enarbolado la bandera del monoteísmo yahvista a ultranza y en cierto modo esto era obra de aquella clase sacerdotal.
El hecho fue que Matatías y sus hijos consiguieron una serie de victorias sobre el Estado seléucida que les otorgaron un gran prestigio desde el principio. Sobre todo, el tercer hijo de Matatías, llamado Judas Macabeo, destacó por sus capacidades militares. Su férrea convicción en los principios monoteístas le llevó a derrotar una vez tras otra a los oficiales de Antíoco IV; a su alrededor se organizó un partido cuyos principios eran el monoteísmo radical, la aversión al helenismo y la independencia política de Judea. Agobiado Antíoco por las indemnizaciones de guerra que debía pagar a Roma y las revueltas en todo su reino, los ejércitos seléucidas no consiguieron reprimir la rebelión y Judas consiguió crear un territorio independiente que comprendía Jerusalén y las sierras de Judea.

Desierto de Judá.

Sin embargo, en 160 a. C. Judas Macabeo murió y le sucedió al frente de la rebelión su hermano Jonatán, que carecía de las virtudes de liderazgo que poseía su antecesor. Jonatán estaba más interesado en la política que en la guerra; así pues, llegó a la convicción de que para construir un Estado judío sólido era necesario que ambos poderes, el militar y el religioso, estuviesen en las mismas manos, por lo cual se las ingenió para ser nombrado sumo sacerdote. Aquello fue un escándalo para la aristocracia sacerdotal de Jerusalén, que consideraba a Jonatán un intruso.
Enemigo declarado del nuevo rey de Siria, Demetrio II Nicator y contestado entre su gente, Jonatán acabó prisionero del reino seléucida mediante engaños y fue asesinado en Ptolemaida a comienzos del 142 a. C.
Simón, otro de los hijos de Matatías asumó el liderazgo del partido de la independencia de Judea, quien dio un giro a la política de la familia entablando negociaciones con Demetrio II, arrancándole la renuncia de Siria a toda pretensión de recuperar Judea, reconociendo así una situación de hecho: la independencia.
Lo que había sido un escándalo con Jonatán, el sumo sacerdocio en manos de los hijos de Matatías, fue ahora aceptado con Simón, un poco a regañadientes. Para Simón era evidente que una Judea independiente solo podría sobrevivir con la unión del poder militar y el poder religioso. Además, el control del Templo e Jerusalén suponía la administración de unos grandes recursos, pues las donaciones de los judíos de la diáspora eran cuantiosas. Estos mismos judíos de Alejandría, Antioquía, Mesopotamia y Anatolia veían con entusiasmo cómo Jerusalén, la ciudad santa, se liberaba del poder de Siria.
La oligarquía sacerdotal de Jerusalén aceptó como sumo pontífice a Simón porque la popularidad de los hijos de Matatías entre la población era enorme; pensaron, de manera táctica, que aceptar lo inevitable era más juicioso que provocar una escisión en Judea. Por otra parte, ciertos círculos ilustrados de las clases altas eran partidarios del helenismo; vivían a la griega, hablaban en griego y eran entusiastas de los contenidos culturales helénicos.
 Simón aprovechó las debilidades de Siria para su proyecto de crear un Estado judío fuerte; combatiendo, como lo hicieran Judas y Jonatán, obtuvo el control del puerto de Jaffa, y con ello una salida al Mediterráneo para el nuevo Estado Judío y la posibilidad de participar en el comercio marítimo. El territorio que gobernaba era pequeño, pero se encontraba muy cerca de las grandes rutas comerciales que conectaban el Índico con el Mediterráneo y África con Asia y Europa.
En aquel Estado judío se escribían las siguientes palabras en los documentos y en los contratos:
"El año ... de Simón, sumo pontífice, general y caudillo de los judíos."
Es decir, Simón era un sacerdote que gobernaba un Estado, pero además era un jefe militar. La Judea independiente de aquella época era un Estado teocrático, cuyas leyes eran los textos sagrados y la costumbre. Por supuesto que Simón basaba su poder sobre todo en el partido que organizaran años atrás su padre y sus hermanos, principalmente Judas Macabeo; por esta razón a los descendientes de Matatías que mantuvieron el poder durante setenta años se les conoció como macabeos, aunque también como asmoneos, por ser descendientes de un tal Hasmon.
A pesar de tratarse de un Estado pequeño, en la Judea de Simón no faltaron las intrigas; su yerno Ptolomeo, gobernador militar de Jericó recibió a Simón y dos de sus hijos en una fortaleza que él mismo había construido; allí los asesinó a traición. Sin embargo, Juan Hircano, el más joven de los hijos de Simón, tras escapar de los sicarios de Ptolomeo, reunió un ejército y se dirigió a la fortaleza en la que murieron su padre y sus hermanos y sitió al traidor. Aunque Juan Hircano demostró grandes aptitudes de liderazgo, Ptolomeo consiguió escapar y Antíoco VII Sidetes, rey de Siria, aprovechó la ocasión para dirigirse a Jerusalén y asediarla. Juan Hircano consiguió que los sirios abandonaran el asedio a cambio de 500 talentos de plata y la entrega de rehenes.


 Moneda de Juan Hircano.

A pesar de todos los contratiempos, Juan Hircano consiguió ser nombrado sumo sacerdote. El partido de los macabeos era aún muy fuerte y los miembros del Sanedrín no pudieron impedirlo, aunque muchos de ellos estaban en contra. En tiempos de Juan Hircano se habían consolidado tres partidos que correspondían con tres ideas políticas diferentes y con tres interpretaciones diferentes del judaísmo.
El partido más antiguo era el de los saduceos. Eran la clase sacerdotal de Jerusalén y proveían los componentes del Sanedrín; tradicionalmente, el sumo sacerdote debía ser escogido entre los miembros de una familia perteneciente a esta clase privilegiada, la de los descendientes de Sadoq. Su origen estaba en el regreso de los deportados a Babilonia y en la organización del judaísmo que hicieron Nehemías y Esdras en aquel tiempo. Habían abandonado absolutamente los vínculos del monoteísmo con la casa de David; eran partidarios de la teocracia más pura y aceptaban, con ciertos requisitos de carácter religioso, la dominación seléucida.
El partido más poderoso en tiempos de Juan Hircano era el de los macabeos. Su origen se encuentra en la rebelión de Matatías y sus hijos, y de todos los que se reunieron en torno a esta familia. La mayor parte de los integrantes de esta facción eran pequeños propietarios, artesanos y asalariados, aunque el partido fue evolucionando hacia una mayor transversalidad conforme se obtuvieron resonantes victorias. Eran partidarios de la teocracia, pero pensaban que la única manera de establecerla era con una organización política y militar fuerte. Su principal objetivo era crear un Estado judío independiente y poderoso.
El partido más moderno, el de los fariseos, en realidad hundía sus raíces en tiempos muy anteriores. Su origen estaba en el judaísmo de sinagoga propio de los deportados a Babilonia y de la diáspora. Al contrario que los anteriores, despreciaban la actividad política e insistían en que lo único imprescindible era conocer a fondo las sagradas escrituras y cumplir con la ley deuteronomista literalmente, llegando a un escrúpulo extremo en este aspecto. Tomaron conciencia de grupo social en tiempos de Juan Hircano y se opusieron a los macabeos con gran obstinación. Creían fielmente que el comportamiento de los hijos de Matatías era contrario a la ley de Moisés. Sus componentes provenían en su mayoría de las clases medias, con una alta formación y conocimientos de la Ley.
Por aquellos años el reino seléucida era un Estado en descomposición; por el Este y por el Oeste sufría la presión de partos y romanos respectivamente. Los territorios que antiguamente se denominaban Canaán se irían desvinculando de Siria progresivamente y pasarían a formar parte de Judea independiente. En este aspecto, Juan Hircano, una vez consolidada su situación, aprovecho la debilidad del rey seléucida para añexionarse Samaria, Idumea y parte de Galilea; con ello la propaganda monoteísta podía celebrar la restitución de laq mayor parte de los territorios que el dios YHWH entregó a Israel en la alianza que estableció con Abraham.


A pesar del éxito de los macabeos, el proceso de helenización de Judea fue imparable; el mismo Juan Hircano hubo de ceder en muchos aspectos ante una civilización como la griega, que era símbolo de progreso, alta cultura y desarrollo político, económico, científico y comercial. Esta fue una de las razones por las que los fariseos acabaron enfrentados al sumo sacerdote.
En 104 a. C. murió Juan Hircano y su hijo Judas Aristóbulo se apresuró a ser nombrado sumo sacerdote. El partido macabeo era aún tan fuerte y el prestigio de la familia tan grande que Aristóbulo no encontró dificultades para conseguir el sumo sacerdocio. No obstante, su audacia le llevó más allá y se atrevió a ceñir la diadema, símbolo de la realeza. El caso es que Aristóbulo murió al año siguiente y su hermano Janeo Alejandro, tras casarse con su viuda, se coronó se coronó rey de Judea.
Janeo Alejandro se comportó desde un principio como un monarca helenístico cualquiera. Gran admirador de la civilización griega, mantuvo el cargo de sumo sacerdote del templo de Jerusalén por simple interés político, provocando con ello la furia de los monoteístas radicales. Sobre todo los fariseos lo consideraban falto de legitimidad y una ofensa a YHWH. Tampoco los saduceos estaban satisfechos con la nueva monarquía, pero preferían llegar a acuerdos con Janeo Alejandro mientras el partido macabeo se mantuviese fuerte.
Para amortiguar los problemas internos, Janeo Alejandro practicó una agresiva política de conquistas territoriales. Aprovechando la extrema debilidad de los seléucidas, el rey de Judea se anexionó toda la transjordania, la franja costera hasta la altura de Séforis y la costa de Gaza y Rafah. Además se anexionó el país de Moab, donde entró en conflicto con los árabes nabateos, que controlaban las rutas del desierto y del Mar Rojo.
Tras una vida de guerras y conquistas, Janeo Alejandro dejó un Estado en el que los monoteístas se encontraban divididos entre los que veían bien la unión de los poderes político y religioso, y los que deseaban que el culto a YHWH estuviese aislado del ámbito político.
Lo cierto es que el partido macabeo, aunque debilitado ideológicamente, había conseguido establecer unas amplias clientelas que sostenían en el poder a los descendientes de Matatías. La viuda de Janeo, Salomé Alejandra, comprendiendo que amplios sectores de la población no aceptaban la unión del sumo sacerdocio y la corona, decidió separar ambos poderes, quedando ella como reina de Judea y entregando el cargo de sumo sacerdote a su hijo Hircano II. Pero cuando murió en 67 a. C., la guerra civil estalló con gran violencia. El partido macabeo no aceptaba a Hircano II y prefería a un hermano de este, Aristóbulo II.



Aristóbulo II era un hombre ambicioso que reunió en torno a sí a todo el partido de su familia. Por el contrario, Hircano II quedó en manos de saduceos y fariseos, que a su vez se encontraban enfrentados entre sí. Ambos hermanos combatieron junto a los muros de Jericó, tras lo cual, Hircano II, derrotado, entregó el sumo sacerdocio a  Aristóbulo; nuevamente la corona y el Templo estaban en manos de una sola persona.
Sin embargo, el poder del monarca estaba quebrado en Judea; el gobernador de Idumea, Antípatro, ofreció a Hircano establecer una alianza con Aretas, rey de los árabes nabateos. Aretas era un hombre muy poderoso; el reino de los nabateos se había convertido en uno de los más ricos de la región gracias al comercio caravanero y el ejército que podían armar los árabes era en aquel momento muy superior al que conseguiría reunir Aristóbulo. En 65 a. C. Aretas e Hircano invadieron Judea y sitiaron a Aristóbulo en Jerusalén.
No obstante, ambos hermanos tenían el destino en contra; Marco Emilio Escauro, legado de Pompeyo, se acercó a Jerusalén con la intención de mediar en el asunto y sacar el mayor provecho posible. Pompeyo había obtenido en 67 a. C. plenos poderes para todo el territorio de la costa de Asia Menor con la misión específica de terminar con la plaga de piratas que asolaba la región. Pompeyo cumplió impecablemente con la tarea encomendada, y además comprendió que la única forma de estabilizar la zona era acabar con los reinos helenísticos que aún sobrevivían, el de el Ponto y el de Siria. En el año 66 a. C. venció al rey Mitrídates del Ponto y consiguió que Tigranes de Armenia se sometiese a Roma; en 64 a. C. depuso a Antíoco XIII seléucida y convirtió a Siria en provincia romana.
Escauro entendió que lo más urgente era expulsar a Aretas de Judea. El rey nabateo se retiró con su impresionante ejército y Aristóbulo e Hircano trataron de ganar la confianza del legado romano. En la primavera del 63 a. C. los dos hermanos fueron a entrevistarse con Pompeyo en Damasco; ambos llevaban ricos regalos para el romano. Pompeyo no se fiaba de Aristóbulo y observó en él una conducta sospechosa cuando dirigió sus legiones contra el rey Aretas; por esta causa lo hizo apresar a la entrada de Jerusalén. En la ciudad se apresuraron a abrir las puertas a los romanos, pero los seguidores del partido macabeo se refugiaron en el Templo y las fortificaciones de los alrededores. Sin pensarlo un instante, Pompeyo asaltó el monte del Templo y tras acabar con los atrincherados entró en el Sancta Sanctorum; después, procedió sin piedad contra el partido macabeo y los seguidores de Aristóbulo; mandó decapitar a todos los cabecillas; en total el partido macabeo perdió más de 12.000 hombres en estos sucesos de Jerusalén.
Seguidamente, Pompeyo dictó sentencia: declaró tributario a todo el país y lo puso bajo el protectorado de Roma. Solo le quedó su autonomía interna. Hircano II fue confirmado en su dignidad de sumo sacerdote, pero tuvo que renunciar al título de rey.
La restauración de la monarquía de Judá había fracasado, aunque había tenido sus momentos de esplendor en tiempos de Juan Hircano y Janeo Alejandro. El partido macabeo estaba roto y sin líderes capaces de reorganizarlo. La alta clase sacerdotal, controladora del Sanedrín, no veía la situación de manera desesperada; más bien al contrario, pues siempre habían visto a los asmoneos descendientes de Matatías como unos advenedizos carentes de legitimidad; al fin y al cabo, los sacerdotes del Templo hacía mucho que se habían olvidado de los descendientes de David y preferían una dominación extranjera que les permitiese mantener el poder y las riendas del culto monoteísta. Por su parte, los fariseos rechazaban la monarquía abiertamente; para ellos lo verdaderamente importante era el judaísmo de sinagoga, que triunfaba sin competencia entre las comunidades de la diáspora.
Es cierto que el partido macabeo estaba acabado, pero no lo estaban sus pilares ideológicos que consistían en un Estado independiente gobernado por un rey sacerdote. Como veremos en el siguiente capítulo, estas ideas evolucionaron rápidamente en Judea y propulsaron una serie de movimientos político religiosos que se extendieron entre las comunidades de la diáspora, dando lugar a una nueva etapa del monoteísmo.