Desde
la Revolución Francesa y hasta el fin de la Primera Guerra Mundial es un hecho
evidente que los militares durante este período participaron muy activamente en
la política de los Estados europeos. Cualquiera podría hacer la siguiente
pregunta: ¿y cuándo los militares no han participado en política? Desde luego
que siempre. En todas las épocas los jefes militares han tomado parte en las
decisiones políticas o han tomado todo el poder político en sus manos. Sin
embargo, desde principios del Siglo XIX se observa un cambio importante en la
relación del estamento militar con el poder político.
Antes
de la Revolución Francesa el soldado era fundamentalmente un guerrero que
combatía como mercenario o por fidelidad a un jefe militar, el cual, algunas
veces era un rey, otras veces era un rebelde. La razón de ser del soldado en
aquel tiempo era simplemente la guerra, el ejercicio de las armas; la guerra
existía como un hecho natural y por ello existía el soldado.
A
partir de la Revolución Francesa, como hemos dicho, se produce un cambio
importante; el militar pasa a ser un funcionario del Estado, es decir, un
servidor del Estado, y por tanto, del pueblo soberano. Su razón principal no es
la guerra en sí misma, sino el servicio al Estado. Pero no se trata de un
servidor común, ya que el servicio que presta conlleva arriesgar la propia
vida.
Al
formar parte del aparato del Estado, el militar contemporáneo se considera a sí
mismo elemento fundamental de la actividad política. El servicio que presta es
arriesgado y de gran importancia, pues consiste en defender a la nación; de ahí
que se considere legitimado para intervenir en las decisiones políticas
necesarias para asegurar el bien del Estado y del pueblo. De esta forma pasa,
imperceptiblemente, de ser un servidor a ser guía del Estado.
El
ejército que surge de la Revolución Francesa es, por tanto, muy diferente al
anterior. La tropa no está compuesta por soldados profesionales, sino por una
milicia ciudadana. En teoría, todo ciudadano estaba obligado a prestar un
servicio de armas a la nación; si el pueblo es soberano, también debe asumir la
responsabilidad, y el honor, de defenderse a sí mismo. Esta milicia ciudadana
otorga una enorme influencia social y política a los mandos militares, profesionales
y funcionarios del Estado a la vez. Lo que se denominaba el militar de carrera, quedó situado en una
altísima posición social, mucho más elevada de lo que le correspondería a su
nivel de renta; es por esta razón que aquellos militares del Siglo XIX mantenían
características de estamento dentro de una sociedad de clases.
Hay que
precisar que esta importante actividad política de los militares en aquel
tiempo era más acusada cuando quienes ostentaban el poder del Estado eran
débiles; si los gobiernos carecían de fuerza o legitimidad, los mandos
militares veían mayores oportunidades de hacer política y obtener parcelas de
poder. Durante la primera mitad del Siglo XIX todos los Estados europeos
pasaron por una época de gran inestabilidad; fenómeno que contribuyó a el
intervencionismo militar en los asuntos de la política; después, y muy poco a
poco, los sistemas parlamentarios liberales se fueron asentando, aunque la
importancia del estamento militar continuó en todo el continente. Dicha
importancia quebró en todo el continente durante la Primera Guerra Mundial,
cuando tras la matanza en las trincheras comenzaron a desarrollarse las ideas
pacifistas y se produjo el ascenso de los políticos demagogos y populistas, así
como el movimiento socialista.
España
fue una de las naciones con mayor inestabilidad política de la Europa del Siglo
XIX; la transición del Antiguo Régimen de carácter estamental a un sistema
liberal y parlamentario fue muy costosa. En parte esto se debió a la gran
debilidad de las burguesías urbanas y al enorme poder de los grandes
propietarios agrícolas, más conservadores y partidarios de un sistema próximo a
la oligarquía. Entre 1.814 y 1.854 hubo casi trescientos pronunciamientos
militares en España; y entre 1.832 y 1.858 hubo 29 gobiernos distintos. Uno de
ellos, el de Cleonard, duró tan solo 27 horas.
Es, por
tanto, España, una de las naciones europeas donde los militares intervienen más
en política durante el Siglo XIX. Si repasamos la lista de los presidentes de
gobierno de este siglo, comprobaremos que muchos de ellos son militares, hasta
la Restauración de Alfonso XII, en la que una saga de burgueses más o menos
liberales se aseguran con fuerza el poder del Estado.
Uno de
aquellos jefes militares que hizo política con éxito a mediados del Siglo XIX
fue Leopoldo O´Donnell.
Leopoldo O´Donnell.
Pertenecía a una familia de gran tradición militar y
decidió, siendo muy joven, emular a sus antepasados ingresando en el Regimiento
de Infantería Imperial Alejandro. Desde el comienzo de su carrera se percató de
que la promoción de un militar no acababa en el campo de batalla, sino que
continuaba en el terreno de la política; no era el único, esta idea estaba en
las cabezas de todos los militares de su época, después del deslumbrante
ejemplo que a principios de siglo había dado Napoleón Bonaparte. Es más, para
un militar de su tiempo era verdaderamente difícil no hacer política; de esta
forma, en la Primera Guerra Carlista, en 1.833, tomó parte por el bando
isabelino, aunque su padre y sus hermanos apoyaran al bando carlista. Ya por
aquel entonces mostraba un fuerte carácter e ideas liberales. En aquella
guerra, gracias a sus méritos, ascendió en el escalafón, y tras vencer al
general Cabrera en 1.839, fue nombrado teniente general y se le concedió el
título de conde de Lucena; había apostado por el bando ganador y obtuvo su
recompensa. Desde 1.840 a 1.844 se vio
envuelto de nuevo en las disputas políticas de España y hubo de exiliarse en
dos ocasiones En 1.854 participó en una sublevación contra el gobierno, tras la
cual el general Espartero se hace por tercera vez con la presidencia del
gobierno y le nombra ministro de Guerra.
El general Espartero.
Por aquel tiempo, la política era ya
la principal ocupación de Leopoldo O´Donnell. Durante los dos años que duró el
gobierno de Espartero, O´Donnell creó la Unión Liberal y desde el ministerio de
Guerra hizo todo lo posible por socavar la estabilidad del gobierno.
Finalmente, en 1.856 Espartero dimitió y O´Donnell, con el apoyo de Isabel II
fue nombrado Presidente del Consejo de Ministros.
Sin
embargo, aquel gobierno duró poco, solo hasta octubre de 1.856. Fue sustituido
en la presidencia por uno de los militares que más gobiernos capitaneó en el
Siglo XIX, Ramón María Narváez.
Poco
después, en junio de 1.858, O´Donnell vuelve a ser nombrado Presidente del
Gobierno por la reina Isabel II; los gobiernos, en España, en aquel tiempo,
duraban poco, y siempre era posible retornar al poder.
Isabel II de España.
O´Donnell
fue un hombre inteligente y, sin duda, un buen militar. En 1.858 ya tenía una
adecuada experiencia en los asuntos militares y un excelente olfato político.
Era consciente de la rapidez con que se alcanzaba y se perdía el poder en
España; el objetivo, por tanto, no era afianzar el gobierno sobre bases
sólidas, sino prolongar su duración lo más posible. En este sentido, una de las
estrategias más eficaces era presentar ante el pueblo un objetivo capaz de unir
voluntades, provocar entusiasmo y hacer olvidar los problemas que aquejaban a
la nación. Con increíble astucia, O´Donnell detectó que una causa que reunía
todos estos requisitos era el conflicto fronterizo con el reino de Marruecos en
la ciudad de Ceuta. Probablemente, la idea le vino siendo ministro de Guerra
del gobierno de Espartero. En 1.854, O´Donnell ordenó al brigadier Antonio
Buceta que presidiese una comisión que estudiase la situación de las plazas
fuertes españolas en el Norte de África; la conclusión fue que el desarrollo de
la artillería en las últimas décadas había dejado indefensa a la ciudad de
Ceuta, pues bastaba instalar una batería en el cercano cerro del Otero para
tener todo el lugar a tiro de cañón. La comisión recomendaba la construcción de
cuatro fortines defensivos en las alturas del Otero.
En los
tratados de 1.782 y 1.799 entre el reino de España y el reino de Marruecos
quedó bien claro que el territorio de Ceuta llegaba hasta las murallas y el
foso, y que los terrenos más al Oeste, que comprendían el Otero, eran una
concesión temporal cuya finalidad era proveer al ganado de la ciudad de una
zona de pastos; en dicha zona no se podría labrar ni construir edificio alguno.
Ya en 1.837 hubo un conflicto por esta zona de pastos, cuando los nativos de la
kabila de Anyera se apropiaron de aquellos terrenos, el cual se solucionó
gracias a la mediación del cónsul inglés en Tánger. Finalmente, los nativos de
Anyera debieron reconocer que el uso de los pastos correspondían a Ceuta.
No
obstante, O´Donnell, al tomar posesión en 1.858 del cargo de Presidente del
Gobierno, ya estaba decidido a fortificar el cerro del Otero, aunque esto fuese
en contra de los acuerdos que se había hecho con Marruecos. El 10 de agosto de
1.859 se comenzó a construir un cuerpo de guardia en las faldas del Otero, cuya
función sería vigilar a los presidiarios encargados de construir los cuatro
fortines proyectados en las cimas del cerro. Esa misma noche los nativos de la
kabila de Anyera destruyeron lo construido.
Entonces, el Cónsul de España en Tánger, Juan
Blanco, escribió una nota al Ministro de Negocios Extranjeros marroquí, Sidi
Mohammed el-Jetib instándole a que castigase a los malhechores que habían
atentado contra las obras del Otero. Tras ese primer incidente, los marroquíes
de la kabila de Anyera y las tropas españolas echaron un pulso, unos
esforzándose por construir el cuerpo de guardia, los otros por destruírlo. En
estas, O,Donnell encontró su casus belli,
cuando los de Anyera destruyeron una columna que señalaba los límites del campo
de Ceuta; en dicha columna estaba grabado el escudo de España. La tensión
aumentó; el 22 de agosto de 1.859, el Comandante General de Ceuta, Ramón Gómez
Pulido, ordenó una salida del Batallón de Cazadores de Madrid para alejar a los
nativos de Anyera.
Una de
las características de O´Donnell es que era un hombre previsor; desde la
primavera de 1.859 se había dedicado a crear un ejército de África. En
principio creó un cuerpo de ejército llamado “De Observación” compuesto por
11.500 soldados; una brigada de avanzadilla de este cuerpo de ejército ya se
encontraba en Ceuta en agosto de 1.859, a ella pertenecía el Batallón de
Cazadores de Madrid.
El 30
de agosto de 1.859 unos 500 guerreros de Anyera se aproximaron a las murallas
de Ceuta y fueron repelidos con fuego de artillería; la situación se agravó
considerablemente y el Cónsul de España en Tánger, Juan Blanco, exigió al
Ministro de Negocios Extranjeros marroquí lo siguiente:
- Que fuese repuesto lo
destruido.
- Que se castigase
severamente a los culpables.
- Que se reconociese el
derecho de España a construir los fortines.
Sidi
Mohammed el-Jetib contestó poco después que todas las exigencias serían
satisfechas excepto lo concerniente a la construcción de los fortines; además,
ponía en conocimiento de Juan Blanco que la salud del Rey de Marruecos, Muley
Abd al-Rahmán era extremadamente delicada y esto entorpecía las negociaciones.
Al poco murió el anciano rey y subió al trono su hijo, Mohammed IV Ibn Abd al
Rahmán.
El 3 de
octubre de 1.859, Juan Blanco, hizo una nueva exigencia al ministro marroquí:
que se ampliase el territorio de Ceuta hasta las próximas alturas que
garantizasen su seguridad.
Sin duda,
O´Donnell movía los hilos de la negociación desde Madrid, y buscaba que el
acuerdo con Marruecos fuese imposible; es necesario decirlo, buscaba el
enfrentamiento bélico. Así, cuando el 5 de octubre de 1.859, Mohammed el-Jetib
informa al cónsul de España que el nuevo soberano, Mohammed IV accede a todas
las exigencias españolas, desde Madrid se plantea una nueva exigencia: llevar
la frontera de Ceuta mucho más al Oeste del Otero, hasta las cimas de Sierra
Bullones. El 17 de octubre, el-Jetib declara que esta última exigencia es
imposible de asumir por el Rey de Marruecos, y el día 22 de octubre, reunido el
Congreso de los Diputados y habiendo hablado ante él Leopoldo O´Donnell, dicha
cámara aprobó un informe favorable a la declaración de guerra, que inmediatamente
fue refrendado por la reina Isabel II.
Una ola
de entusiasmo barrió toda España cuando se supo que se había declarado la
guerra al reino de Marruecos; en el ánimo de todos estaba la intención de
vengar las ofensas que se habían hecho a la patria; la unanimidad fue total,
todos los partidos políticos, todas las clases sociales y todas las poblaciones
de España estaban a favor de la guerra; es más, deseaban que comenzase sin
dilación.
Es
evidente que O´Donnell había conseguido su objetivo, la unidad ante la guerra
era un apoyo formidable para su gobierno y alejaba las intentonas de tomar el
poder de todo tipo de descontentos. Sin embargo, es conveniente apuntar que
O´Donnell fue a la guerra sin un objetivo; es decir, la declaración de guerra
fue el objetivo en sí mismo, pero no existía un plan más allá. Habitualmente,
cuando se hace una guerra es porque se quiere conseguir algo; sin embargo,
O´Donnell solo buscaba prolongar su gobierno un poco más de tiempo. Esto
quedaría patente tras la gran victoria de la batalla de Tetuán, cuando el
gobierno de España quedó bloqueado sin saber qué hacer.
O´Donnell
no tenía las cosas claras desde un principio, ni siquiera sabía cómo comenzar
la guerra. Primero hubo de decidirse si hacer una ofensiva contra Tánger o contra
Tetuán. Al final se decidió atacar Tetuán, población más pequeña, más
aislada y peor defendida. Después hubo
que pensar en hacer la campaña por mar o por tierra. La conclusión fue que la
marina española no tenía capacidad para desembarcar unos 35.000 soldados en la
costa frente a Tetuán y garantizar su abastecimiento durante más de un mes. Se
decidió, por tanto, desembarcar en Ceuta y realizar una marcha por la costa
hasta llegar a Tetuán; lo que tenía sus dificultades, pues entre Ceuta y Tetuán
había un camino de unos 35 km, pero no existía ninguna carretera a través de la
cual se pudiese transportar la artillería y todo el equipaje del ejército. La
solución era construir una carretera desde Ceuta hasta las proximidades de
Tetuán, con todas las complicaciones y demoras que esto suponía.
Pero,
hemos dicho que O´Donnell era un hombre previsor; a mediados de noviembre de
1.859 ya tenía organizado el Ejército de África, y él mismo había sido nombrado
General en Jefe. El Cuerpo de Ejército de Observación pasó a denominarse Primer
Cuerpo de Ejército, mandado por el general Echagüe. El Segundo Cuerpo de
Ejército estaba bajo las órdenes del teniente general Juan de Zabala, y el
Tercer Cuerpo de Ejército a las del teniente general Antonio Ros de Olano.
Además, se creó una División de Reserva, mandada por el teniente general Juán
Prim, héroe de esta guerra.
Es
conveniente apuntar que el ejército español de mediados del Siglo XIX tenía
unos mandos con gran experiencia y profesionalidad, también la tropa era aguerrida;
no en vano, España había estado en guerra de forma casi ininterrumpida desde la
invasión napoleónica; las guerras carlistas habían mantenido al país en armas
durante décadas y muchos militares habían aprendido el oficio en ellas. La
infantería española era excelente, y la caballería también; sin embargo, la
artillería necesitaba reformas y abundante inversión; la armada, como hemos
dicho anteriormente, constaba de pocos buques, muchos de ellos anticuados,
veleros parecidos a los de los tiempos de Trafalgar.
El 18
de noviembre de 1.859 desembarcó al completo el Primer Cuerpo de Ejército en
Ceuta, contaba con 10.000 soldados de infantería, dos escuadrones de
caballería, tres baterías de montaña con 18 piezas y cuatro compañías de
ingenieros. El campamento se montó al Oeste del monte del Otero, en un llano
conocido como El Serrallo, donde se veían unas antiguas ruinas. Inmediatamente,
los ingenieros comenzaron a construir una serie de fortines denominados reductos, que rodeaban y protegía Ceuta
desde las alturas de Sierra Bullones; los nativos de la kabila de Anyera
intentaron impedir las obras llevando a cabo pequeños asaltos y disparando a
distancia, pero todo fue inútil.
En
aquellos momentos apareció el peor enemigo del ejército español durante aquella
guerra: se propagó una epidemia de cólera entre los soldados. Para hacernos una
idea de la gravedad del asunto, diremos que esta epidemia causó 2.888 muertos
en el ejército, y que los afectados, con más o menos gravedad, se aproximaron a
los 8.000 en toda la campaña.
Oficial y soldados de un regimiento de cazadores. Isabel II.
Oficial y soldados de un regimiento de cazadores. Isabel II.
Los
rifeños no estaban dispuestos a que los fortines de Sierra Bullones se
terminasen, y el día 25 de noviembre atacaron con un gran ejército a los
españoles. Los batallones de cazadores que defendían el campamento y las obras
soportaron lo más duro de los combates; no obstante, cuando cargaban a la
bayoneta siempre ponían en fuga al enemigo. Estos combates fueron conocidos
como Batalla del Serrallo.
Rifeño.
Rifeño.
El 27
de noviembre de 1.859 desembarcaron en Ceuta el Segundo Cuerpo de Ejército y la
División de Reserva, con ellos también lo hizo Leopoldo O´Donnell, General en
Jefe del Ejército de África y Presidente del Gobierno de España; dos días
después, la armada francesa bombardeó las fortificaciones de la costa de
Tetuán. Era evidente que las potencias europeas habían tomado partido en este
conflicto, Francia del lado de España, Inglaterra del lado de Marruecos.
Tras un
duro combate que tuvo lugar el 1 de diciembre, los marroquíes reunieron a más
de 10.000 combatientes, y el día 9 de diciembre asaltaron los fortines de
Sierra Bullones; de nuevo la carga a la bayoneta puso en fuga al enemigo con
grandes pérdidas por su parte. Desde esta batalla, conocida como de Sierra
Bullones, quedó claro que las ventajas del ejército español eran el uso de la
bayoneta en formación y el fuego de la artillería.
El 12
de diciembre desembarcó en Ceuta el Tercer Cuerpo de Ejército; todo el Ejército
de África al completo se encontraba ya en Ceuta, la marcha hacia Tetuán era
inminente. Pero, como hemos dicho, el camino que iba de Ceuta a Tetuán era un
camino de herradura, y no se podían transportar a través de él carros con
abastecimientos, municiones y piezas de artillería. La solución fue construir
una carretera sobre ese mismo camino, que discurría entre el mar y las montañas.
La posibilidad de abastecer al ejército gracias a la flota era poco segura, ya
que en esta costa sopla a menudo el fuerte viento de Levante. Cuando esto
ocurre, y puede durar muchos días, los barcos no pueden acercarse a la costa y
es imposible desembarcar ni abastecimientos ni refuerzos.
Así
pues, el 14 de diciembre de 1.859 comenzó la marcha hacia Tetuán; en vanguardia
iba el Tercer Cuerpo de Ejército, mandado por Ros de Olano; el primer
campamento se montó en un llano costero conocido como El Tarajal y se comenzó a
trabajar en la carretera. Durante varios días, numerosos grupos de marroquíes
hostigaban el campamento de El Tarajal y a los ingenieros que trabajaban en la
carretera; aparecían de improviso entre los montes y disparaban sus
espingardas; después, cuando la infantería española cargaba a la bayoneta
contra ellos, se dispersaban.
La
mayor parte de estos combatientes marroquíes pertenecían a las kabilas del Rif;
iban armados con espingarda, fusil de cañón muy largo que ya se usaba a finales
del Siglo XV en España. Además de la espingarda, en el cuerpo a cuerpo, usaban
el puñal. Este armamento era eficaz a distancia, pero carecía de utilidad ante
una carga a la bayoneta.
La
estrategia de los marroquíes consistía en desgastar un día tras otro al ejército
español, retrasando la construcción de la carretera. Sin embargo, el mayor
desgaste fue el de la epidemia de cólera, que arreció en el campamento de El
Tarajal; el propio general, Ros de Olano cayó enfermo, pocos días después
también enfermó Prim.
Por aquellas
fechas el rey de Marruecos, Mohammed IV, había tenido tiempo de reunir un
ejército con el que enfrentarse a los españoles; al mando había puesto a su
hermano, el príncipe Muley el-Abbas, que llegó a Tetuán acompañado de 10.000
infantes y 2.000 jinetes; éstos, unidos a los guerreros rifeños componían ya un
número superior a los 25.000 combatientes.
Muley el-Abbas.
Muley el-Abbas.
Los
combates continuaron casi a diario, en muchas ocasiones la fuerte lluvia era lo
único que los impedía. El día de Navidad de aquel mes de diciembre de 1.859,
los marroquíes atacaron a los fortines de Ceuta y al campamento de El Tarajal
al mismo tiempo; después se retiraron cuando la infantería salió a su
encuentro.
A
finales de diciembre O´Donnell consideró que el Tercer Cuerpo de Ejército
estaba muy desgastado por los combates y el cólera y decidió pasarlo a
retaguardia; el ejército se pondría de nuevo en marcha el 1 de enero de 1.860,
pero, esta vez, en vanguardia iría Prim con la División de Reserva.
Prim y
sus soldados avanzaron hacia unos cerros conocidos como de Los Castillejos,
desalojaron a los enemigos que allí había y bajaron hasta una llanura litoral
del mismo nombre, donde les aguardaba el ejército marroquí. Prim emplazó su
artillería, mientras la flota, aprovechando el buen tiempo, desembarcaba
soldados de infantería de marina en la playa. Los Húsares de la Princesa se
lanzaron contra la caballería marroquí, que se dio a la fuga y los atrajo hacia
Sierra Bullones, donde, al poco, se toparon con el campamento enemigo y cayeron
en una trampa que les habían preparado, consistente en una zanja disimulada con
ramajes y tierra, en la que se precipitaron, tras lo cual sufrieron un intenso
fuego de los enemigos que les habían dejado pasar. Prim, que a lo lejos vio las
tiendas blancas del campamento marroquí no se dejó arrastrar hasta la celada. Los
combates arreciaron y numerosos guerreros marroquíes de refresco se acercaron a
la batalla. La situación era comprometida y los soldados españoles, agotados,
comenzaron a flaquear. Fue entonces cuando el comportamiento de Prim le otorgó
la victoria y le convirtió en un héroe a los ojos de toda España. Tomando una
bandera se dirigió a sus soldados de la siguiente forma:
“¡Soldados! Vosotros podéis abandonar esas mochilas, que son vuestras; pero no podéis abandonar esta bandera
que es de la Patria. Yo voy a meterme con ella en las filas enemigas… ¿Permitiréis
que caiga en poder de los moros?¿Dejaréis morir solo a vuestro general?
Prim en la batalla de Los Castillejos.
Prim en la batalla de Los Castillejos.
El
efecto de aquella arenga fue tremendo, los soldados cargaron furiosamente a la
bayoneta, Prim al frente, e hicieron huir a los marroquíes. En ese instante,
acudió el Segundo Cuerpo de Ejército, a las órdenes de Zabala, para apoyar a
Prim. Aquello no parecía suficiente, porque los marroquíes, una vez puestos a
salvo de la punta de las bayonetas, se revolvieron. Entonces ocurrió algo que
dejó atónitos a todos los gobernantes de Europa y hoy nos dejaría a todos
nosotros, O´Donnell, el General en Jefe y Presidente del Gobierno de España, a
caballo y espada en mano, se lanzó al lugar donde la lucha era más dura. Esta
imagen extraña no se volvería a repetir nunca más; pertenecía ya en aquel
tiempo a un pasado remoto; a nosotros hoy nos dejaría boquiabiertos.
Los
marroquíes se retiraron con muchas bajas y desmoralizados por la derrota. A
aquella batalla se la conoció como de Los Castillejos.
Tras
esta jornada todo el Ejército de África acampó en la llanura de Los
Castillejos, excepto el Primer Cuerpo de Ejército, que permaneció en Ceuta para
su custodia. El cólera continuó en aquellos días su labor de desgaste; el
general Zabala también cayó enfermo y le sustituyó García.
Era
necesario continuar avanzando, pero un formidable obstáculo se presentaba ante
el Ejército de África: el Monte Negrón llegaba a la misma orilla del mar y le
cortaba el paso. Se temía que los soldados de
Muley el-Abbas estuviesen apostados en aquellas laderas, y por esa
razón, el general García exploró la zona y descubrió que había un paso, aunque
estrecho, entre la orilla del mar y el Monte Negrón.
Otra
característica de O´Donnell era la audacia, precavido y audaz a la vez,
condiciones que rara vez se reúnen en una sola persona. Informado por García de
la existencia de aquel paso, ordenó que el 6 de enero de 1.860, el Segundo
Cuerpo de Ejercito, amparado en la oscuridad de la noche pasase al otro lado
del Monte Negrón. La maniobra salió bien, inmediatamente el resto del Ejército
de África pasó por la angostura y todos se reunieron en la llanura del río
Azmir.
Cuando Muley
el-Abbas supo lo ocurrido cayó en la cuenta del enorme error que había
cometido; con un millar de soldados bien apostados hubiera podido impedir el
paso a los españoles, pero no había sido diligente; ahora, el Ejército de
África se encontraba a unos 15 km de Tetuán.
Estando
acampados en los llanos de Azmir se levantó un fuerte Levante que durante
varios días impidió a la flota abastecer de alimentos al ejército. Llovía
constantemente y hacía frío, pues era lo más crudo del invierno; pasaron hambre
una vez agotadas las provisiones, mientras los marroquíes practicaban su
táctica de desgaste, atacando y retirándose después.
El 10
de enero cesó el Levante y el ejército pudo ser aprovisionado, días después, el
14 de enero se reanudó la marcha hacia Tetuán. El último obstáculo que había
que franquear era Cabo Negro, extremo Este de Sierra Bermeja, monte que caía
sobre el mar, sin dejar paso alguno. La única manera de sortearlo era subir por
la pendiente hasta la cima, para después bajar por la ladera opuesta. Lo cierto
es que los soldados españoles subieron a aquellas alturas con facilidad, sin
ser molestados nada más que por el fuego a distancia de algunos enemigos.
Cuando coronaron las cimas de Cabo Negro vieron a su derecha los riscos de
Sierra Bermeja, al frente la llanura de Tetuán y al fondo las cumbres nevadas del
Atlas.
Cuando
los soldados del Ejército de África comenzaron a descender la ladera Sur de
Cabo Negro un nutrido grupo de jinetes e infantes marroquíes les esperaba en la
llanura de Tetuán, pero no fueron capaces de detener a los españoles, que
colocaron su artillería con rapidez y comenzaron a lanzarles proyectiles. Esta
artillería había subido hasta las alturas transportada en los brazos de los
soldados. Después, la infantería cargó contra los jinetes marroquíes que se
habían concentrado en unas colinas de las faldas de Sierra Bermeja, tras lo
cual, incapaces de resistir a la formación en cuadro, huyeron hacia su
campamento ante las puertas de Tetuán. En aquel lance estuvo a punto de ser
hecho prisionero el mismo Muley el-Abbas, cuando un disparo de fusil mató a su
caballo y a duras penas logró refugiarse en su campamento.
El
cuadro era una formación de la infantería en la que los soldados de la primera
fila sacaban las bayonetas, mientras que los de las filas de atrás disparaban
el fusil. Cuando la caballería se acercaba a esta formación, recibía un intenso
fuego de fusil y era incapaz de romper la línea de soldados porque las
bayonetas acuchillaban primero a los caballos y después a los jinetes. La
infantería marroquí también quedaba indefensa ante el cuadro, porque, una vez
disparadas las espingardas, el único recurso que quedaba era echar mano al
cuchillo, ineficaz contra una línea erizada de bayonetas.
Tetuán
está situada a unos 7 km de la playa, en un valle surcado por varios ríos; el
más importante de ellos es el río Martín, que forma una ría navegable en un
trecho. En la desembocadura del Martín se alzaba Fuerte Martín, una especie de
torre con artillería muy anticuada, tras él había un polvorín y, al fondo de la
ría un edificio conocido como La Aduana, donde pagaban tributo las mercancías
que llegaban a Tetuán. Todos estos edificios fueron bombardeados por la
escuadra española el día 16 de enero de 1.860. Una vez que el fuego hubo
inutilizado las defensas, desembarcó la División Ríos, que llegaba de refuerzo,
compuesta por 6.000 soldados de infantería y caballería. El Ejército de África
contaba ya con casi 40.000 hombres, si descontamos las bajas.
Un
centenar de infantes de marina desembarcaron y tomaron por sorpresa y casi sin
combatir Fuerte Martín y La Aduana; al rato, la División Ríos era dueña de toda
la playa y la ría. Viendo a los españoles afirmarse en el terreno, una gran
cantidad de jinetes e infantes marroquíes se concentraron a la derecha, en las
laderas de Sierra Bermeja, junto a una torre de planta circular llamada Torre
Geleli; eran al menos 8.000 jinetes y 12.000 infantes. O´Donnell dio la orden
de avanzar hacia Tetuán al Ejército de África y, al poco, los marroquíes
bajaron de las colinas a toda prisa. Las líneas españolas se abrieron por el
centro, dejando espacio para que la artillería disparase sobre el enemigo; a la
vez, la caballería, por ambos flancos cargó al galope en la llanura. Los
batallones de cazadores se desplegaron frente al enemigo, dispararon el fusil y
cargaron a la bayoneta. En unos instantes, los marroquíes se dieron a la fuga,
unos se refugiaron en su campamento, otros huyeron hacia Sierra Bermeja y otros
cruzaron el río Martín para ponerse a salvo; los combates terminaron cuando los
soldados españoles, ya cansados, acamparon frente a las fortificaciones de
Muley el-Abbas. Una intensa lluvia cayó, se recogió a los muertos y se atendió
a los heridos.
Como
hemos dicho, O´Donnell era un hombre prudente; tras la victoria obtenida podía
haber atacado el campamento de Muley el-Abbas, pero sus exploradores le
informaron de que los marroquíes habían construido parapetos y defensas, y
contaban con artillería. Prefería reforzar su posición y, por esa causa,
construyó un fortín a la derecha de La Aduana, que recibió el nombre de Fuerte
de la Estrella. Además, temiendo que se levantase otra vez el Levante, hizo
acopio de provisiones, en cantidad suficiente para que el ejército tuviese
reservas para varias semanas.
El 23
de enero de 1.860 se produjo otro enfrentamiento entre los dos ejércitos en el
cenagal que mediaba entre ellos. Los marroquíes habían recibido refuerzos
enviados por el rey; no eran rifeños, sino jinetes e infantes venidos de
distintos puntos del reino, muchos vestían vistosos ropajes y grandes
turbantes. La infantería española quedó clavada hasta las rodillas en el barro,
pero la caballería cargó contra los jinetes marroquíes y les obligó a recogerse
en su campamento otra vez.
El 26
de enero llegó al campamento marroquí Muley Ahmed, hermano de Muley el-Abbas,
así como de Mohammed IV, rey de Marruecos. Venía acompañado de 10.000 jinetes;
la caballería marroquí era ya imponente.
El
general Zabala cayó enfermo y en el mando hubo de hacerse algunos cambios: Prim
se hizo cargo del Segundo Cuerpo de Ejército y Ríos el Cuarto. La situación
evolucionaba hacia una batalla en la que uno de los dos ejércitos se impusiese
sobre el otro.
Habiendo
salido el Sol ya el 31 de enero de 1.860, el ejército marroquí salió de su
campamento y formó frente a los españoles en un arco de más de tres kilómetros.
A la derecha (desde el punto de vista español) formó Muley el-Abbas, apoyándose
en Torre Geleli y Sierra Bermeja; a la izquierda formó Muley Ahmed, entre
Tetuán y el río Martín.
O´Donnell
dispuso a su ejército de la siguiente forma: a la derecha, la División de
Caballería del general Alcalá Galiano; en el centro, el Tercer Cuerpo de
Ejército del general Ros de Olano; a la izquierda, el Cuarto Cuerpo de Ejército
del general Ríos; en reserva, el Segundo Cuerpo de Ejército del general Prim.
Ríos
comenzó la batalla avanzando hacia Tetuán y formando en cuadro; los jinetes de
la Guardia del Rey de Marruecos no resistieron el ataque y retrocedieron;
entonces, la infantería marroquí se adelantó hacia Ríos. Los lanceros de
Villaviciosa, yendo en su apoyo, se metieron en el barro; para sacarlos del
apuro, toda el ala izquierda española formó en cuadro y cargó a la bayoneta; el
enemigo quedó desbaratado por aquel lado. En el centro, la caballería de línea
española y los jinetes de la Guardia del Rey de Marruecos se enfrentaron en un
combate furioso en el que los marroquíes retrocedían y volvían a la carga una y
otra vez.
En
aquel momento, Muley el-Abbas pasó al ataque; sus soldados escaramucearon con
los españoles y recibieron el fuego de la artillería, pero la situación se
estabilizó en todo el frente de la batalla.
O´Donnell,
combatía en primera línea; de nuevo ofrecía una imagen que parecía salida de
otros tiempos, el Presidente del Gobierno en medio de la batalla con la espada
en la mano. Esta imagen, para nosotros increíble, tenía un efecto enorme en el
espíritu de los soldados: el Presidente del Gobierno combatía junto a ellos, se
jugaba la vida. Ya digo que el concepto que encierra esta imagen es
incomprensible para nosotros.
Se
acercaba el crepúsculo cuando O´Donnell ordenó atacar a todo el ejército; el
enemigo, cansado y con muchísimas bajas, se retiró a su campamento bajo el
fuego de la artillería; los proyectiles, durante un buen rato, destrozaron las
defensas de los marroquíes y les causaron graves daños. Aquella batalla fue
conocida con el nombre de Batalla de Torre Geleli.
Los
primeros días de febrero fueron dedicados a preparar el asalto definitivo al
campamento marroquí. El desembarco de provisiones y munición fue continuo;
también llegaron refuerzos, en este caso fueron los Voluntarios Catalanes,
ataviados con uniformes de color rojo y azul. El día 4 de febrero de 1.860,
O,Donnell dio orden de levantar el campo y avanzar hacia Tetuán; todo el
ejército se puso en marcha, frente a él estaba el campamento marroquí.
La
batalla era inminente; las lanchas cañoneras subieron por la ría y se colocaron
en posición de bombardear las defensas enemigas por el lado izquierdo. También
por la izquierda avanzaba Ros de Olano con el Tercer Cuerpo de Ejército. En el
centro se dispuso la artillería, ahora con más piezas. A la derecha se situó
Prim con el Segundo Cuerpo de Ejército, y más a la derecha todavía el general
Ríos con el Cuarto Cuerpo de Ejército, ya en las faldas de Sierra Bermeja.
Alcalá Galiano quedó en retaguardia con la caballería.
Los
cañones marroquíes comenzaron la batalla; casi al mismo tiempo, su caballería,
corriendo por las faldas de Sierra Bermeja, chocó con los soldados de Ríos. En
ese momento la artillería española comenzó a batir las defensas marroquíes;
eran más de cuarenta piezas y provocaron terribles destrozos en el campamento
enemigo, hasta tal punto que explotó un polvorín con gran estruendo. O´Donnell
dio orden de acercar todavía más la artillería y el bombardeo derribó los
parapetos del campamento marroquí. Entonces, al sonido de trompetas y tambores,
el ejército español se lanzó en masa al asalto. Los soldados, chapoteando entre
el barro, subieron por los parapetos y desalojaron a los defensores. Comenzó
una lucha cuerpo a cuerpo dentro del campamento, las cuchilladas de bayoneta y
los tiros a bocajarro representaron una escena terrible durante unos momentos;
pero después, los marroquíes comenzaron a huir abandonando pertrechos y
pertenencias. Se capturó un abundante botín en el campamento: provisiones,
armas, munición y diversos objetos y equipamiento; incluso se capturaron las
lujosas tiendas de Muley el-Abbas y Muley Ahmed. En Tetuán todos cayeron en el
desánimo cuando vieron entrar a toda prisa a los fugitivos; la población comprendió
que la derrota era total y que en breve los españoles tomarían la ciudad. Esta
batalla fue conocida con el nombre de Batalla de Teuán.
O,Donnell
exigió la rendición inmediata de la plaza, prometiendo que las vidas y las
propiedades de sus habitantes serían respetadas, de lo contrario, Tetuán sería
tomada al asalto. Una comisión de habitantes de Tetuán solicitó protección a
O,Donnell, pues, según ellos, los soldados marroquíes que no habían huido
saqueaban la ciudad una y otra vez, que Muley Ahmed había dado orden a todos
los habitantes que abandonasen Tetuán, y él mismo la había abandonado
llevándose todo lo que de valor había encontrado.
El 6 de
febrero de 1.860 el Ejército de África entró en Tetuán; no encontró oposición
ninguna, le abrieron las puertas los habitantes que quedaban en la ciudad,
muchos de ellos judíos, cuyas casas habían sido saqueadas por los soldados
marroquíes; aún quedaban algunos de estos fugitivos al otro lado de la ciudad,
junto a la puerta del camino de Tánger; los soldados españoles los pusieron en
fuga sin encontrar resistencia. Los judíos aclamaron a los españoles, era
evidente que ahora se sentían más seguros, tras varios días de abusos. En las
calles podían verse algunos cadáveres de judíos que habían muerto durante el
saqueo. O´Donnell cumplió su palabra, se respetaron las vidas y las haciendas
de los habitantes de Tetuán, los soldados se comportaron correctamente.
Entrada del Ejército de África en Tetuán, 6 de febrero de 1.860.
Entrada del Ejército de África en Tetuán, 6 de febrero de 1.860.
La
noticia de la gran victoria del Ejército de África tuvo un profundo impacto en
la opinión pública española. El estado de ánimo de la población era de gran
alegría; muchos creían que aquello era el primer paso hacia la conquista de
todo Marruecos. Las clases populares pensaban que ahora se presentaba una
oportunidad para que España crease su propio imperio colonial; aún no se había
olvidado la pérdida de la mayoría de los territorios americanos, y ésta era una
forma de compensar aquel fracaso. También en el gobierno había quien pensaba
que la conquista de Marruecos estaba al alcance de la mano; en el mismo partido
de O,Donnell, la Unión Liberal, eran muchos los que pensaban así; la misma
reina, Isabel II, era partidaria de crear un imperio colonial en África.
O,Donnell,
por el contrario, nunca había tenido esa intención, y si alguna vez se le pasó
por la cabeza, la había desterrado definitivamente tras la durísima campaña de
África. Él siempre aludió al honor mancillado, a hacer ver al mundo entero que
a España no se la ofendía en balde. La campaña, planificada con anterioridad a
los conflictos con la kabila de Anyera, solo pretendía entusiasmar al pueblo,
unir a los partidos y mantener entretenido al ejército, todo con el objetivo de
mantenerse en el gobierno durante unos años más, no muchos, porque los
pronunciamientos y las intentonas de golpe eran cosas habituales en la España
Isabelina.
Resumiendo,
O,Donnell necesitaba firmar la paz con el rey de Marruecos, una vez que había
obtenido una gran victoria y consideraba sus objetivos alcanzados. Los mandos y
la tropa del Ejército de África también deseaban el fin de la guerra;
comprendían perfectamente que continuarla era un disparate que saldría carísimo
a España en vidas y dinero. Marruecos no era un país rico, ni tenía materias
primas, nada podía obtenerse de él, y una vez conquistado, supondría un
esfuerzo enorme mantenerlo ocupado por el ejército. O,Donnell supo qué hacer
con la guerra, pero no sabía muy bien qué hacer con la paz, excepto que la
necesitaba urgentemente.
Es
necesario decir que el rey de Marruecos, Mohammed IV, también necesitaba la paz
de manera urgente. Las derrotas sufridas y la pérdida de Tetuán ya eran
conocidas en todo el reino, y se había organizado un partido cuyo objetivo era
destronarle; si la guerra continuaba, y las derrotas también, es probable que
estallase una sublevación que tuviese funestas consecuencias. Por tanto, ambas
partes eran favorables a la paz.
Mohammed IV.
Mohammed IV.
En las
conversaciones de paz que comenzaron inmediatamente después de la conquista de
Tetuán, una de las exigencias de España era que esta ciudad y su provincia
fuesen anexionadas. O.Donnell, que quería acabar con la guerra lo antes posible
y comprendía que el rey de Marruecos nunca iba a aceptar la pérdida de Tetuán,
sondeó la opinión de su partido y su gobierno sobre el particular. La respuesta
fue la esperada, después de tantos sacrificios no se le podía decir al pueblo
que se devolvía Tetuán a los marroquíes tras haberlos derrotado. Esto no sería
comprendido por la opinión pública, que durante meses había seguido con
entusiasmo el desarrollo de la guerra. Además, los partidos de la oposición se
echarían encima del gobierno, acusándolo de ir contra los intereses del Estado.
El 16
de febrero de 1.860, O,Donnell recibió oficialmente la respuesta de Madrid
sobre las condiciones de paz, se exigía que Tetuán y su provincia fuesen
anexionadas a España. En aquel momento O,Donnell pensaba que aunque el rey de
Marruecos cediese a las pretensiones de España, el problema continuaría, pues
no garantizaba que las kabilas del Rif aceptasen aquella paz y no decidiesen
seguir la guerra por su cuenta.
Las
condiciones de paz de España eran las siguientes:
1. Marruecos debería pagar una
fuerte indemnización de guerra.
2. Ceuta ampliaría su territorio
hasta Sierra Bullones.
3. Se firmaría un tratado
privilegiado de comercio.
4. Se toleraría el culto cristiano
en Marruecos.
5. El embajador español residiría
en Fez.
6. Melilla también ensancharía su
territorio.
7. Tetuán y su provincia pasarían a
ser territorio español.
Si el
rey de Marruecos no aceptaba estas condiciones, la guerra continuaría y el
Ejército de África se pondría en marcha en dirección a Tánger con la intención
de conquistarla.
La
delegación marroquí que intervino en las conversaciones respondió que el rey de
Marruecos aceptaba todas las condiciones, excepto la última, pues si entregaba
Tetuán, estallaría la guerra civil en Marruecos, ya que eran muchos los que
estaban dispuestos a continuar la guerra hasta que los españoles abandonasen
África.
En
consecuencia, la guerra debía continuar. El día 25 de febrero la escuadra
española bombardeó Larache, y el 26 hizo lo mismo con Asilah. El 27
desembarcaron en Tetuán los Tercios Vascongados, unos 3.000 hombres que venían
a reforzar el Ejército de África.
O,Donnell
nombró al general Ríos gobernador de Tetuán y continuó haciendo acopio de
provisiones y munición para la próxima expedición a Tánger. Durante los
primeros días del mes de marzo las tropas del rey de Marruecos no aparecieron
por ningún lado, pero los rifeños emprendieron una guerra de guerrillas
continua, que si bien no provocaba grandes enfrentamientos, sí que desgastaba
la moral de los españoles.
Sin
embargo, el 12 de marzo de 1.860 un nutrido grupo de jinetes marroquíes salió
del campamento que tenían en el desfiladero del Fondak; a éstos se unieron
otros muchos guerreros que aguardaban en las laderas de Sierra Bermeja. Todos
ellos intentaron asaltar las defensas de Tetuán. Los españoles salieron a su
encuentro, poniéndolos pronto en fuga; la mayor parte de ellos, buscando
ponerse a salvo, se encaramaron en las cimas de Sierra Bermeja, pero hasta allí
los persiguieron los españoles con su artillería de montaña; cuando los
marroquíes intentaban reagruparse en aquellas pendientes, eran rápidamente
batidos y dispersados por el fuego de la artillería.
Tras
estos combates en Sierra Bermeja, O,Donnell intentó que nuevo que el gobierno y
la Unión Liberal rebajasen las condiciones de paz que se exigían al rey de
Marruecos; en concreto, pedía encarecidamente que no se exigiese la anexión de
Tetuán, porque el rey Mohammed IV no podía hacer esa concesión sin perder su trono.
En
Madrid O,Donnell tenía cada vez más enemigos; por un lado, en su propio partido
había muchos que se negaban a renunciar a la anexión de Tetuán; por otro lado,
la oposición veía en este asunto un instrumento para dañar su imagen política.
Aún así, los que estaban con él comprendieron que efectivamente había que
terminar la guerra y que ello era imposible si Tetuán no se devolvía a los
marroquíes. Por esta razón, y porque el ambiente político comenzaba a
enrarecerse, en Madrid se elaboró una nueva propuesta, que consistía
básicamente en pedir una indemnización de 500 millones de reales y que el
ejército español permaneciese en Tetuán hasta el completo pago de la misma.
Pero, esta suma era enorme, y el rey de Marruecos era incapaz de pagarla en un
corto plazo, lo que significaba que los españoles seguirían ocupando Tetuán
durante meses, quizás durante años. Además, Muley el-Abbas desconfiaba de
O,Donnell, pues nadie le garantizaba que los españoles se irían tras el pago
estipulado. Así las cosas, el 21 de marzo de 1.860, Muley el-Abbas rechazó el
trato.
El 23
de marzo de 1.860 el Ejército de África se puso en marcha hacia Tánger. El
camino discurría al principio junto a la orilla del río Martín, en dirección
Oeste. A unos cuatro kilómetros de Tetuán, el Martín se unía con su afluente,
el río Buceja, que descendía de las estribaciones de Sierra Bermeja; estas
últimas alturas de la serranía recibían el nombre de Montes del Wad Ras, debido
a que al fondo de ellas corría un torrente de nombre Wad Ras; dicho torrente se
encajaba entre las sierras y formaba un desfiladero que se conocía como
desfiladero del Fondak. El camino hacia Tánger pasaba por aquel desfiladero.
Era un camino de herradura, como la mayoría de los que había en Marruecos, pero
al llegar al desfiladero del Fondak se estrechaba aún más si cabe, rodeado de
inclinadas pendientes. En aquel desfiladero había puesto Muley el-Abbas su
campamento, a algo más de diez kilómetros de Tetuán, impidiendo el paso a los
españoles. Tánger estaba a dos jornadas de Tetuán, pero era necesario atravesar
el desfiladero del Fondak; allí esperaba Muley el-Abbas.
O,Donnell
sabía que en aquel desfiladero tendría lugar una batalla decisiva y durísima,
pues el terreno era el peor que podía presentarse. Para evitar que los guerreros
de las kabilas le atacasen por el flanco derecho, envió al general Ríos con
ocho batallones de infantería y dos escuadrones de lanceros para que tomase las
alturas de Sierra Bermeja. Cruzando los llanos del río Buceja iba en vanguardia
el general Echagüe con el Primer Cuerpo de Ejército. En el centro de la marcha
iban Prim y Olano con el Segundo y Tercer Cuerpo de Ejército respectivamente.
Con ellos iba la impedimenta, transportada por 4.000 acémilas y protegida por
la División de Caballería. A la zaga iba el general Mackenna con la División de
Reserva. Solo llevaban 40 piezas de artillería, las únicas que era posible
transportar por aquel camino. Las provisiones solo les alcanzaban para 15 días,
tiempo que consideraban podía durar la campaña; en caso contrario, debían ser
aprovisionados desde Tetuán.
El
hecho es que Muley el-Abbas no actuó como se esperaba y salió al encuentro del
Ejército de África en los llanos del río Buceja; desaprovechó la ventaja que le
otorgaba el desfiladero del Fondak.
Los marroquíes avanzaron hacia la vanguardia
española haciendo fuego con sus espingardas, mientras una multitud de rifeños
se aproximaba por la izquierda, con la intención de cruzar el río Martín y
apoderarse de la impedimenta del ejército español. Sin embargo, los españoles
cruzaron el río bayoneta en ristre y los pusieron en fuga.
En
Sierra Bermeja el General Ríos se enfrentó a otra multitud de rifeños que
también trataban de ganar las alturas; el resultado fueron varios feroces
combates en los aduares de las laderas de la montaña. Finalmente, los rifeños,
batidos, bajaron hacia el valle donde el Wad Ras desemboca en el río Buceja.
La
vanguardia española avanzó combatiendo hasta donde el Buceja desemboca en el
Martín; poco más allá había un puente sobre el Buceja y se abrían unos amplios
llanos, donde el Ejército de África emplazó sus cañones y batió al enemigo. Sin
embargo, del desfiladero del Fondak comenzaron a salir miles de combatientes,
de infantería y de caballería, que se incorporaron a la batalla y detuvieron el
avance de los españoles.
O,Donnell,
decidido a romper esta situación dio orden de avanzar más allá del puente del
Buceja y los llanos. Aquella maniobra supuso un gran esfuerzo, pues los
marroquíes lucharon con brío, mas al final retrocedieron , encaramándose en la
cima de unos montes que había al fondo del llano, conocidos como Montes
Benider; más allá se encontraba el desfiladero del Fondak. Prim, viendo a los
marroquíes dueños de aquellos altos, subió la ladera de Benider con el Segundo
Cuerpo de Ejército. Tras cruzar el bosque de la ladera se encontró con que los
marroquíes se habían parapetado en los aduares de la montaña; allí combatió con
ellos, hasta que los expulsó del lugar.
Viendo
los marroquíes que Prim y sus soldados se encontraban en la cima del Monte
Benider, decidieron tomar ellos la ladera, con la intención de aislarlo del
resto de ejército, pero los Cazadores de Ciudad Rodrigo y de Baza se lo
impidieron, obligándoles a retirarse de nuevo al llano; la ladera del Monte
Benider estaba cubierta de cadáveres.
Poco
después, el frente marroquí se hundió; los combatientes fueron retrocediendo
poco a poco, después con más rapidez, y finalmente se dieron a la huída por el
valle del Wad Ras, hasta llegar al campamento del Fondak. Allí, a toda prisa,
levantaron el campamento y se retiraron, de tal modo que no quedó ninguno a la
vista. Esta batalla fue conocida como Batalla de Wad Ras.
Al día
siguiente no había rastro de enemigos en toda la zona, tan solo unos emisarios
de Muley el-Abbas llegaron al campamento español solicitando una entrevista. Se
acordó que O,Donnell y Muley el-Abbas hablarían a la mañana siguiente; y así
fue, el 25 de marzo de 1.860 ambos se entrevistaron en una tienda de campaña
montada a 500 m por delante de las líneas españolas. Los dos tenían una gran
necesidad de alcanzar la paz, y esta vez hubo acuerdo. Muley el-Abbas aceptó
todos los términos de la anterior propuesta de O,Donnell, a cambio de que se
rebajase el montante de la indemnización de 500 a 400 millones de reales. Aquel
tratado fue conocido como Tratado de Wad Ras.
Isabel II da gracias por la victoria en África.
Isabel II da gracias por la victoria en África.
La
alegría en el Ejército de África fue unánime, pues todos se veían regresando a
sus casas a salvo, tras haber afrontado tantos trabajos y peligros. No fue así
en España, donde muchos quedaron decepcionados por este tratado, esfumados sus
sueños de crear un imperio colonial en África, viendo alejarse la imagen de una
España triunfante y temida. La misma reina, Isabel II, quedó profundamente
contrariada con la noticia. La mayoría pensaba que tantos esfuerzos y
sacrificios no merecían ser desperdiciados para llegar a una paz que
calificaban de vergonzosa. El desconcierto y la decepción fue tal, que el
general Ortega, capitán general de Baleares, organizó un alzamiento el 1 de
abril de 1.860, con la intención de destronar a Isabel II y proclamar rey a
Carlos Luis de Borbón, del bando carlista. La intentona fracasó, pero fue el
primer aviso para O,Donnell de que su gobierno comenzaba a perder firmeza.
El 26
de abril de 1.860 se firmó el Tratado de Tetuán, donde se confirmaba la paz de
Wad Ras y se ponían por escrito todos los pormenores de la misma. El 29 de
abril comenzó el embarque del Ejército de África rumbo a España, que entró
triunfalmente en Madrid el día 11 de mayo. Aunque decepcionado, el pueblo
español recibió con entusiasmo a los héroes de África. El ejército acampó al
Norte de Madrid, en un lugar que desde entonces sería conocido como Tetuán de
las Victorias; Isabel II lo visitó y se hicieron simulacros para divertimento
del gentío; se instalaron bares, fondas, tiendas de comestibles, lavanderías y
locales de espectáculos, que serían el origen del barrio de Tetuán. El ejército
desfiló por las calles de Madrid y todos quedaron encantados. Pero la unidad
política que O,Donnell había conseguido con la guerra quedó rota.
El Ejército de África desfila por la Puerta del Sol, 1.860.
El Ejército de África desfila por la Puerta del Sol, 1.860.
El pago
de la indemnización arruinó a la Hacienda marroquí, que hubo de hacerlo en
plazos. Se recurrió a la subida de impuestos y a la petición de un préstamo a
los banqueros ingleses. Aún así, solo se consiguió en aquel momento pagar el
50% de la deuda. En el otoño de 1.861, Muley el-Abbas fue a Madrid para
negociar otra forma de pago, consistente en
los 200 millones de reales restantes se percibiesen mediante la cesión
del 50% de los derechos aduaneros de los ocho más importantes puertos marroquíes.
Como el gobierno de España creía que nunca iba a cobrar la indemnización
íntegra, propuso abandonar Tetuán, quedando sin garantía, a cambio de una
indemnización adicional de 60 millones de reales. Todo ello se firmó en el
Tratado de Madrid del 30 de octubre de 1,861. La indemnización completa se
terminó de pagar veintitrés años después, en 1.884.
O,Donnell,
tres años después de firmada la paz de Wad Ras, tuvo que abandonar el gobierno;
murió exiliado en Francia en 1.867. Isabel II fue depuesta por los generales
Topete y Prim en 1.868.
Si bien
es cierto que la situación defensiva de Ceuta era insostenible a mediados del
Siglo XIX, también es verdad que O,Donnell actuó de forma interesada al no
aceptar las concesiones marroquíes con respecto al Otero y hacer nuevas
exigencias al rey de Marruecos. Podríamos decir que O,Donnell provocó la
guerra, con la intención de distraer a los descontentos y paralizar a los
conspiradores; el pueblo se dejó arrastrar con esa ingenuidad que le
caracteriza, pero que, una vez rota, se transforma en una fuente de ira. Al
final, O,Donnell se vio preso de su propia estrategia, de su propaganda, y
buscó una paz a toda costa, defraudando a quienes había embaucado.
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