sábado, 3 de septiembre de 2016

MONOTEÍSMO. I. El palacio y el templo.

A finales del Siglo VIII a. C. la región de Próximo Oriente había alcanzado una cierta estabilidad tras una larga época de cambios a menudo violentos. Una gran potencia se había elevado por encima de sus posibles competidores, utilizando en el camino hacia la hegemonía una mano dura que sembraba el miedo por doquier; esta gran potencia era Asiria. El Estado asirio había crecido rodeado de enemigos, y la consecuencia que había extraído de aquella historia violenta era que solamente una política agresiva y una terrible crueldad podían asegurar su supervivencia. Por tanto, la expansión territorial a través de la guerra era imprescindible. Se puede decir que los asirios no concebían para sí mismos otro papel en Próximo Oriente que el de amos de la escena internacional.
Tras una larga alternancia de etapas de apogeo y decadencia, los asirios se habían consolidado como la primera potencia militar del Próximo Oriente, sin rivales en el uso de la fuerza. Esto se debió, en buena parte, a la labor del rey Tiglath-Pileser III (745-727), que sometió a los pueblos que habitaban el Zagros y las montañas de Anatolia, que conquistó Babilonia y anexionó a los Estados luvitas y arameos del Norte de Siria.

Tiglath-Pileser III.



 Para los asirios la región de Siria y Canaán tenía una gran importancia de carácter económico, pues se trataba de un territorio donde convergían diversas rutas comerciales que ponían en contacto a Egipto, el Mediterráneo, el Mar Rojo, el Golfo Pérsico y Anatolia. Toda la región se hallaba dividida en pequeños reinos, cuyos grupos de dirigentes aprovechaban la excelente situación estratégica para amasar grandes riquezas provenientes del tráfico de larga distancia. Entre estos pequeños Estados destacan las ciudades estado de la costa del mediterráneo y la ciudad de Damasco, el más poderoso reino arameo, lugar de paso de las caravanas que comunicaban el desierto con la costa.
En 743 a. C. Tiglath-Pileser exigió tributos más elevados a todos los Estados de Siria, incluida la ciudad de Damasco. Sin embargo, este aumento de la presión tributaria tuvo como consecuencia que diversos reyes de Siria formasen una coalición cuyo objetivo era sacudirse el yugo asirio. En 737 a. C. los Estados coaligados se negaron a pagar el tributo, y Tiglath-Pileser III emprendió una campaña militar que terminó con la conquista de Damasco y el saqueo de otros reinos rebeldes.

Soldados asirios de mediados del Siglo VIII a. C.

Uno de aquellos reinos que fueron saqueados fue Israel, próspero Estado cuyo rey, Pécaj, se había negado a pagar los tributos. Aunque los arameos de Damasco habían sido siempre los peores enemigos de Israel, el aumento de los tributos exigidos por Tiglath-Pileser empujó al rey israelita a alinearse con los rebeldes. Como consecuencia, el reino de Israel quedó reducido a la comarca que rodeaba a la capital, Samaria, y un número importante de sus habitantes fueron deportados a otros lugares del Imperio Asirio.

Cananeos deportados por los asirios.




Al Sur de Israel, el pequeño reino de Judá superó la campaña de Tiglat-Pileser sin sufrir daños; a cambio, debió someterse enteramente a la voluntad del rey asirio y aceptar sin protestas la entrega de tributos. Era Judá un reino verdaderamente pequeño; su territorio abarcaba exclusivamente las sierras del extremo Sur de Canaán, entre Jerusalén y Berseba. Era un reino de escasa riqueza, pues se encontraba alejado de las grandes rutas comerciales de la región; éstas pasaban cerca de la costa y desde siempre habían estado en manos del reino de Israel y de las ciudades estado de los filisteos, entre ellas, Gaza, Ascalón y Asdod. Podemos decir que a finales del Siglo VIII a. C. la economía de Judá estaba orientada en buena parte hacia la subsistencia, más que hacia la actividad comercial y manufacturera. La capital del reino, Jerusalén, era una ciudad pequeña; más que una ciudad, era una ciudadela, rodeada por un recinto amurallado, en cuyo interior se levantaban el palacio del rey, el templo y las viviendas de los oficiales palatinos, los escribas, los sacerdotes y un pequeño número de artesanos y comerciantes que prestaban servicios a los anteriormente mencionados.

        Reinos de Israel y Judá en tiempos de la campaña de Tiglath-Pileser III.

En el tiempo de los saqueos y las deportaciones llevadas a cabo por Tiglath-Pileser en el reino de Israel, en Judá reinaba Jotam. El rey residía en el palacio, donde almacenaba los tributos recogidos en su pequeño reino; el templo era la casa del dios tutelar de Jerusalén, YHWH. En los poblados y granjas de las sierras de Judá se rendía culto a otros dioses además de YHWH; eran dioses cananeos, conocidos en Israel, las ciudades fenicias y, en general, en toda Siria. No obstante, la casa real de Judá se vinculó desde mucho tiempo antes a YHWH, hasta tal punto que este dios acabó monopolizando el culto en la ciudad de Jerusalén. Por tanto, a finales del Siglo VIII a. C. el culto a YHWH era el culto de las clases dirigentes del reino de Judá. En Israel, sin embargo, YHWH era uno más entre los demás dioses; a lo que hay que añadir que tras las deportaciones, Tiglat-Pileser introdujo colonos procedentes de tierras lejanas, con lo cual, la variedad de cultos se hizo más compleja si cabe.

                                        Diosa Astarté procedente de Laquish, reino de Judá.

Es evidente que a finales del Siglo VIII a. C. el dios YHWH no tenía el monopolio absoluto del culto en el reino de Judá, y quizás ni siquiera en la misma Jerusalén.
Al morir Tiglat-Pileser en 727, Oseas, último rey de Israel, aprovechando el momento de inseguridad por el que pasaba el Imperio Asirio, comenzó a mantener contactos con Egipto para organizar una alianza  antiasiria e interrumpió el pago de los tributos. El nuevo rey de Asiria, Salmanasar V, emprendió al instante una campaña de liquidación, sitió Samaría, la tomó al asalto y deportó a una parte de la población a regiones lejanas. Sobre estos acontecimientos existen dudas acerca si ocurrieron en 724 a. C. o en 722 a. C., reinando ya Sargón II en Asiria.
De cualquier manera, aquello significó el fin del reino de Israel. El libro Segundo de los Reyes se expresa de esta manera sobre este asunto: “El rey de Asiria trajo gente de Babilonia, Cutá, Avá, Jamat y Sefarvain y la estableció en las poblaciones de Samaría y se instalaron en sus poblados” (2 Reyes 17:24). La cifra total dada por las fuentes asirias para las dos deportaciones, la de Tiglat-Pileser III desde Galilea, y la de Sargón II desde Samaría, ronda las cuarenta mil personas, lo que no excede de una quinta parte de la población calculada del reino del norte en las tierras al oeste del Jordán en el Siglo VIII a. C.
Estos acontecimientos causaron una profunda conmoción e Jerusalén; infundieron temor, pero también se vio en ellos una oportunidad de expansión del pequeño reino de Judá. En principio parecía estar claro que situarse en contra de Asiria y no pagar tributos era el camino más seguro hacia la aniquilación; pero por otra parte, la desaparición del reino de Israel supuso que Judá vio removidos los obstáculos para participar en el comercio internacional. Además, se produjo una corriente de refugiados procedentes del extinto reino del Norte, con lo cual la población aumentó, no solo en número, sino también en calidad, pues muchos de aquellos refugiados pertenecían a la élite intelectual de Samaria. Las zonas rurales también experimentaron un enorme crecimiento demográfico y se vieron inundadas de nuevos asentamientos agrícolas y ganaderos; muchas aldeas antiguas aumentaron de tamaño y se convirtieron en poblados. Al concluir el Siglo VIII a. C. había en Judá unos trescientos asentamientos de todos los tamaños y la población rondaba los ciento veinte mil habitantes.
En 718 a. C., dos años después de la desaparición del reino de Israel, subió al trono de Judá el rey Ezequías, hijo de Ajaz, anterior monarca. Al principio mantuvo buenas relaciones con Sargón II, pagando íntegramente el tributo que le exigía el rey asirio. Por aquellos años el reino de Judá estaba en plena expansión económica y demográfica; era un tiempo de bonanza, durante el cual Ezequías obtuvo beneficios de su relación con el Imperio Asirio. Además, en el antiguo territorio de Israel aún quedaba una numerosa población que podía ser atraída por Jerusalén y la dinastía reinante en Judá.


                                  Sello del rey Ezequías.

Debido al rápido desarrollo del reino de Judá, se hizo necesario una reforma administrativa que crease un aparato más adecuado a la mayor complejidad social, económica, política y religiosa. En aquel momento los funcionarios del palacio se convencieron de que era imprescindible reforzar la autoridad real y dar mayor solidez a las estructuras del Estado. Uno de los instrumentos para conseguir este objetivo era colaborar estrechamente con los sacerdotes del templo de YHWH, dios tutelar de la casa de David, de manera que la identificación entre divinidad y corona fuese absoluta, lo que tenía como consecuencia que el culto a YHWH fuese el único legítimo y permitido.
El palacio y el templo de la ciudadela de Jerusalén estaban a escasa distancia uno del otro, fue en las dependencias de estos dos edificios donde se elaboró aquella nueva estrategia política que suponía una extraordinaria hostilidad hacia cualquier culto que no fuera el de YHWH.
Pero, los planes de Ezequías iban mucho más allá; su íntimo deseo era convertir a Judá en un Estado auténticamente independiente y que fuese un eslabón insustituible de la ruta comercial que comunicaba el Mar Rojo y el Nilo con el Eúfrates, Anatolia y el Mediterráneo. Para conseguirlo, comenzó a estrechar lazos con Egipto; aunque lo principal era sacudirse la tutela de Asiria y no pagar tributos. La ocasión se presentó en 705 a. C., cuando murió Sargón II. Cuando un rey asirio moría y otro debía ceñir la corona, siempre se producían rebeliones y conjuras palaciegas; se trataba de un imperio que se mantenía gracias al terror y a una extrema violencia y ésto impulsaba a muchos a sublevarse en cuanto había un momento de debilidad. En 705, Ezequías, aliado con el faraón kushita Shabitko, deja de pagar los tributos al nuevo rey de Asiria, Senaquerib. Los asirios, al ver como Egipto había logrado organizar una coalición de reyes capaz de expulsarles de Canaán, se aprestaron a la guerra. En 701 a. C.   el nuevo rey asirio se presentó con un ejército formidable. No cogió esto por sorpresa a Ezequías, que se preparó concienzudamente para resistir la invasión de Senaquerib. Creó almacenes de grano, aceite y vino y establos para el ganado en todo el reino; construyó un muro de fortificación de más de seis metros de espesor para proteger los barrios recién creados en la colina occidental de Jerusalén y proporcionó a la ciudad un suministro seguro de agua excavando un largo túnel subterráneo que atravesaba la roca para llevar agua desde la fuente de Guijón hasta un estanque protegido intramuros. La ciudad de Laquis, en la Sefela,  fue circundada por un formidable sistema de fortificaciones, con un enorme bastión que protegía la puerta de seis cámaras que daba acceso a la ciudad.
A pesar de tantos preparativos, la invasión de Senaquerib fue un desastre para Judá; los asirios asediaron todas las poblaciones y saquearon los campos de la rica región de la Sefela. Era una campaña calculada de destrucción económica en la que se arrebatarían al reino rebelde sus fuentes de riqueza. El asedio más significativo fue el de la ciudad de Laquis, situada en la zona agraria más fértil de Judá y segunda ciudad principal del reino después de Jerusalén. En un gran relieve mural que decoraba en otros tiempos el palacio de Senaquerib de Nínive se ha encontrado una representación del asedio asirio a esta ciudad; allí puede verse como los asirios construyeron una rampa de asedio por la que empujaron los arietes para batir las murallas de la fortaleza, y como a pesar de la encarnizada lucha de los defensores, finalmente la ciudad fue saqueada e incendiada y los habitantes que no habían muerto fueron sacados por la puerta de Laquis como cautivos.
Después Senaquerib subió hasta Jerusalén y la sitió. En una inscripción Senaquerib dice sobre Ezequías lo siguiente: “En cuanto a él, lo hice prisionero en Jerusalén, su residencia real, como pájaro en jaula. Lo rodeé con terraplenes para importunar a quienes salían por la puerta de su ciudad”.
Finalmente, Ezequías se vio obligado a pagar un fuerte tributo a Asiria y un importante número de judaítas fue deportado a este país; extensas zonas de Judá fueron devastadas y la Sefela no se recuperó nunca del terrible golpe sufrido. El territorio de Judá se redujo de manera espectacular y solo se libraron de la destrucción Jerusalén y las colinas situadas al sur de la ciudad. Asiria fue la gran triunfadora y Senaquerib consiguió plenamente sus objetivos: quebró la resistencia del reino de Judá y lo sometió. Ezequías había heredado un Estado próspero y Senaquerib lo destruyó.

             Asedio y destrucción de la ciudad de Laquish mediante rampas y máquinas de guerra.

El objetivo final de Senaquerib era Egipto y, tras dejar a Judá en lamentable estado, allí se dirigió, llegó al delta, pero en Pelusio una epidemia se propagó por el ejército asirio y lo diezmó; como consecuencia, Senaquerib hubo de retirarse por donde había venido y Egipto evitó una probable catástrofe.
Ezequías se quedó lamiéndose las heridas y en 698 a. C. murió, sucediendole en el trono su hijo Manasés. Por supuesto que lo primero que hizo Manasés fue someterse a Senaquerib y pagar los tributos. Heredó un reino débil y empobrecido por la guerra. En esta situación, consideró que la política llevada a cabo por su padre había sido un fracaso. Los funcionarios y sacerdotes patrocinadores del culto exclusivo a YHWH fueron relegados y promocionaron otros favorables a la apertura a los cultos cananeos y sirios en general; era evidente que en un momento tan delicado era necesario contar con la colaboración de todos, y era una idea descabellada imponerse por la fuerza. 
El pequeño reino de Judá se encontraba en aquel momento en el centro de un conflicto internacional de grandes dimensiones. La XXV dinastía egipcia, también llamada kushita, era de origen nubio; se trataba de una dinastía de guerreros que habían conquistado Egipto, creando un imperio enorme que llegaba desde el delta del Nilo hasta la cuarta catarata. Los reyes de esta dinastía quisieron desde un principio expandirse por Asia e incorporar a su imperio la ruta comercial cananea, fuente de grandes ingresos de carácter comercial. Pero aquí habían chocado con Asiria; la frontera entre ambas potencias eran el reino de Judá y las ciudades estado filisteas. Como hemos dicho, y obligado por las circunstancias, Manasés tomo partido por el lado asirio, y salió beneficiado, pues además de conseguir la protección de Senaquerib, consolidó a Judá como vía comercial de primer orden en la región.
En 681 a. C. murió el rey Senaquerib, asesinado por dos de sus hijos mientras rezaba en el templo de Nínive. Tras un breve período de luchas entre sus herederos, su hijo Asarhaddón ciñó la corona de Asiria. Durante este período y hasta su muerte, Manasés permaneció fiel a Asiria; cuando murió Asarhaddón en 669 a. C. y le sucedió Asurbanipal, el pequeño reino de Judá continuó en la órbita de Asiria.
Manasés significó la vuelta al poder del bando moderado, opuesto a la política de Ezequías; el rey optó por cooperar con Asiria y reincorporó Judá a la economía internacional. Los profetas y sabios partidarios del culto exclusivo a YHWH se sintieron frustrados por aquella deriva de los acontecimientos; si Ezequías era considerado por ellos el salvador de Israel, su hijo Manasés era la encarnación del mal. Cuando Manasés murió en 642 a. C. los redactores de la Biblia ajustaron cuentas y lo retrataron como el rey más malvado y el padre de todos los apóstatas. Cuando murió el rey Manasés, le sucedió Amón, de breve reinado, pues falleció en 639 a. C.
 Amón fue asesinado y le sucedió en el trono de Judá su hijo Josías cuando solo tenía ocho años de edad. Josías es el ideal hacia el que parecía tender toda la historia de Israel. Emprendió una campaña para desarraigar cualquier rastro de culto extranjero o sincretista, incluidos los venerables altozanos de las zonas rurales; no se detuvo siquiera en la tradicional frontera septentrional de su reino, sino que continuó hacia el norte, hasta Betel, donde se encontraba el templo rival del de Jerusalén. Lideró un movimiento religioso que produjo los documentos centrales de la Biblia a raíz del descubrimiento fortuito del Libro de la Ley mientras se realizaban unas obras de restauración del Templo de Jerusalén en 622 a. C. Aquel libro, identificado por la mayoría de los estudiosos como una forma original del Deuteronomio, provocó una revolución en el ritual y una reformulación completa de la identidad israelita. Contenía las características esenciales del monoteísmo bíblico: la adoración exclusiva a un Dios en un lugar, la observancia centralizada y nacional de las principales fiestas del año judío y un conjunto de leyes que trataban del bienestar social, la justicia y la moralidad personal.
El libro fue encontrado por Jelcías, sumo sacerdote, quien inmediatamente se lo entregó al rey, que quedó profundamente impresionado por su contenido. Josías reunió enseguida al pueblo de Judá para realizar un solemne juramento de someterse enteramente a los mandamientos divinos detallados en el libro recién descubierto.
El Libro de la Ley fue considerado el código legal definitivo entregado por Dios a Moisés en el Sinaí y se pensó que su observancia garantizaría la supervivencia del pueblo de Israel. Los paralelos concretos y directos entre los contenidos del Deuteronomio y las ideas expresadas en la descripción bíblica de la reforma de Josías indican claramente que ambos compartían una misma ideología. El Deuteronomio es el único libro del Pentateuco que afirma contener las “palabras de la alianza” que todo Israel debe seguir (29:9); es el único libro que prohíbe ofrecer sacrificios fuera del “lugar que el Señor, vuestro Dios elija” (12:5); y es el único libro que describe el sacrificio nacional de la Pascua en un santuario nacional (16:1-8). Podemos decir con toda seguridad que el Libro de la Ley es una versión original del Deuteronomio y que, más que un libro antiguo repentinamente descubierto, fue escrito en el Siglo VII a. C., inmediatamente antes del reinado de Josías o en el curso del mismo.
                               Libro de la Torah.

Josías emprendió la reforma puritana más profunda de la historia de Judá; acabó con los ritos idólatras en Jerusalén y con todos los santuarios de dioses extranjeros; puso fin a los ritos sacrificiales celebrados por los sacerdotes rurales en los altozanos, cuyos altares profanó.
Esta reforma era la superestructura ideológica de un gran proyecto político: expandir Judá hacia el norte, apoderarse de las comarcas de las tierras altas del reino septentrional vencido, centralizar el culto israelita y crear un gran Estado de todo Israel. Un plan tan ambicioso requería una propaganda vigorosa y activa; y para satisfacer esta necesidad, se redactó el núcleo principal de la Biblia. Es imposible saber si se habían compuesto versiones anteriores de la historia de Israel en tiempos de Ezequías o por iniciativa de alguna facción disidente durante el largo reinado de Manasés, o si la gran epopeya fue redactada enteramente durante el reinado de Josías.
Sin embargo, un programa de reformas de esta envergadura no era posible sin que contemplase el aspecto social. Por esta razón el Deuteronomio contiene leyes éticas y disposiciones para el bienestar social, e invita a proteger al individuo y a defender los derechos y la dignidad humanos. Los derechos de la tierra familiar debían protegerse contra el desplazamiento de las antiguas lindes (19:14); se garantizaban los derechos de las esposas repudiadas por sus maridos (21:15-17); se ordenaba a los agricultores dar cada tres años el diezmo a los pobres (14:28-29); los esclavos debían ser liberados tras seis años de servidumbre (15:12-15).
Pero todo este programa de reformas y este proyecto político no hubieran sido posibles si la fortuna no hubiese brindado la ocasión al rey Josías. Cuando el príncipe Josías subió al trono de Judá en 639 a. C., el Imperio Asirio estaba en decadencia, debido a la presión de los escitas en el norte y los conflictos en Babilonia y Elam en el sur. En 626 a. C. estalló una sublevación en Babilonia y en 623 a. C. una guerra civil en la propia Asiria. De esta situación se aprovechó el faraón Psamético I, fundador de la XXVI dinastía. Durante su reinado, desde 664 hasta 610 a. C., las fuerzas asirias se retiraron de Egipto y dejaron Canaán en manos egipcias. La retirada asiria fue pacífica; es posible incluso que se llegase a un acuerdo para que Egipto heredara las provincias asirias al oeste del Éufrates a cambio de apoyar militarmente al decadente Imperio Asirio. En virtud de estos acontecimientos, los egipcios pasaron a controlar las rutas comerciales de la llanura costera de Canaán.

                                       Psamético I.

El reino de Judá vio entonces abierto el camino para apoderarse de las tierras del desaparecido reino del norte y unir a todos los israelitas. Aunque no existen testimonios arqueológicos que lo demuestren, lo más probable es que Josías extendiese su reino hasta la región de Samaría por el norte, y por el sur hasta el desierto más allá de Berseba. En la Sefela, se reconstruyó Laquis y se fortificó de nuevo, pero es poco probable que Judá se extendiese más al oeste, hacia la llanura litoral, pues estos territorios estaban bajo el poder de Egipto.
El declive de Asiria era tan rápido que en 616 a. C. Egipto envió un ejercito hacia el norte para apoyar al moribundo imperio contra la amenaza de Babilonia; pero todo fue inútil, ya que en 612 a. C. cayó Nínive y la corte se refugió en Jarán, al oeste. Cuando murió Psamético en 610 a. C., subió al trono su hijo Necó II y los egipcios se vieron obligados a retirarse del norte, mientras los babilonios tomaban Jarán. Al año siguiente, 609 a. C., Necó decidió volver al norte acompañado de un gran ejército con la intención de obtener de sus vasallos de Palestina y Siria la renovación del juramento de lealtad que habían hecho anteriormente a su difunto padre. Al llegar a la fortaleza de Megiddo, Necó convocó a Josías para que se reuniese con él, pues se trataba de uno de sus vasallos. En aquel momento, Necó ordenó que ejecutasen al rey Josías.
En la Biblia se da otra versión de este acontecimiento. En el libro segundo de los Reyes se dice que “En su tiempo, el faraón Necó, rey de Egipto, subió a ver al rey de Asiria, camino del Éufrates. El rey Josías salió a hacerle frente, y Necó lo mató en Megiddo al primer encuentro” (2 Reyes 23:29).
El segundo libro de las Crónicas añade algún detalle y transforma la información sobre la muerte de Josías en una tragedia en el campo de batalla:
“Necó se dirigió a Cárquemis, junto al Éufrates, para entablar batalla. Josías salió a hacerle frente. Entonces Necó le envió este mensaje: No te metas en mis asuntos, rey de Judá. No vengo contra ti… Pero Josías, en vez de dejarle paso franco…, entabló batalla en la llanura de Megiddo. Los arqueros dispararon contra el rey Josías, y éste dijo a sus servidores: Sacadme del combate, porque estoy gravemente herido. Sus servidores lo sacaron del carro y lo trasladaron al otro que poseía y lo llevaron a Jerusalén, donde murió. Lo enterraron en las tumbas de sus antepasados” (2 Crónicas 35:20-24).
La versión bíblica tiene muchos partidarios; sin embargo, es difícil que Josías llegase a Megiddo con un gran ejército para detener a Necó; en primer lugar porque Josías no podía contar con un ejército comparable al del faraón. Además, alejarse tanto de Jerusalén con todos sus soldados era muy arriesgado, el corazón de Judá hubiera quedado totalmente indefenso.
La teoría de que Josías acudió a la llamada de Necó como vasallo obediente y no como enemigo, y que sorprendentemente fue ejecutado en Meggido, se basa en que el faraón Necó se encontraba enfurecido con él por la política expansionista que había desarrollado en las tierras del norte y, sobre todo, en la Sefela. Necó sospechaba que Josías iba a cambiar de aliados, poniéndose del lado de los babilonios. En resumidas cuentas, lo consideraba un traidor en potencia.
Una cosa es clara. Los redactores de la Biblia, que veían en Josías un mesías ungido por Dios y destinado a redimir el reino de Judá y conducirlo a la gloria, no supieron cómo explicar que pudiera haberse producido semejante catástrofe histórica. Los sueños de aquel rey aspirante a mesías fueron silenciados brutalmente y de la noche a la mañana se vinieron abajo décadas de renacimiento espiritual y esperanzas visionarias.
Sin embargo, y a pesar de la destrucción del reino de Judá y la ciudad de Jerusalén en 587 a. C. por Nabucodonosor, los afanes de Josías y el grupo de sacerdotes y escribas que estaban con él no fue en vano, pues de su esfuerzo surgió el texto más importante de la Literatura Universal, el que más influencia ha ejercido sobre el pensamiento de la humanidad y la semilla de un pensamiento teológico y ético que es el origen de las religiones monoteístas. Con todas sus virtudes y todos sus defectos.

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